Hagamos La Verdad Con Amor
Hacer la verdad con amor es una sentencia que encontramos en la Carta a los Efesios (4,15); aparece en el contexto de la construcción de la comunidad cristiana como cimentada en los dos pilares de la verdad y del amor. Ya en el Antiguo Testamento, en la plegaria de los Salmos, el israelita oraba a Yhavé invocándolo en estos términos: Señor, Tú que hiciste alianza con tu pueblo por amor, permanece fiel (en la verdad) a tu alianza.
Esta crisis se manifiesta en el paso del rigorismo, al permisivismo. Solemos decir que los “extremos son viciosos”; ciertamente que lo son; el rigorismo genera niños miedosos y el permisivismo hace niños sin Dios y sin ley. Un autor describió este cambio, refiriéndose a los padres de familia, con estas palabras: “somos los últimos hijos que fuimos regañados por nuestros padres y ahora somos los primeros padres en ser regañados por nuestros hijos”.
Este acompañamiento tiene sus fases o etapas: el niño, el adolescente, el joven, necesitan un trato diferenciado según su edad, su carácter, su desarrollo. No es lo mismo el niño de cinco años, que el chico de doce o joven de dieciocho años; cada uno de ellos experimenta cambios diversos, vive situaciones distintas, afronta problemas diferentes, de acuerdo a la etapa de su desarrollo y de su edad. Aplicar la sentencia bíblica de “hacer la verdad con amor”, o el principio de los romanos –“firmes en defender los valores humanos y cristianos, pero flexibles en el modo de aplicarlos”- quiere decir, inculcar las normas de vida haciendo ver que son razonables y justas, pero sin autoritarismo, sin acritud, sin ánimo de amenaza o de venganza. Laberthonnière, un escritor francés, escribió que “en la familia, como en cualquier otra institución, la autoridad de quien enseña debe respetarse tanto como la libertad de quien es enseñado”.
La corrección en familia entra en esta perspectiva de la conciliación de la verdad con el amor; el Libro de los Proverbios, en el Antiguo Testamento, afirma que “Dios reprende a aquel que ama como un padre a su hijo querido” (3,12). El padre, la madre de familia, al castigar deben hacer sentir que lo hacen precisamente porque aman al hijo. La corrección con odio, con desprecio engendra odio y rechazo; la corrección con amor genera aceptación y hasta gratitud. El Evangelio de S. Lucas nos cuenta que Jesús en Nazareth iba creciendo en edad, en sabiduría y en gracia delante de Dios y de los hombre (2,52). Se podría añadir: crecía bajo la mirada tierna y dulce de María, bajo la autoridad de José y bajo el amor y la comprensión de ambos.