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Por Tu Matrimonio

Matrimonios a Distancia

 Por Gelasia Márquez

Todos estamos de acuerdo en que nos casamos para crecer juntos y vivir juntos, en las buenas y en las malas. Pero este compromiso adquiere rasgos particulares cuando debe vivirse en otro país, a causa de la migración a la cual muchas parejas y familias se ven forzadas. Este es un tema al cual la Iglesia le dedica continuamente espacios de reflexión en búsqueda de luces y soluciones que ayuden a los migrantes y las sociedades que los reciben. (Véase, Conferencia Episcopal de Estados Unidos y Conferencia Episcopal de México, Juntos en el Camino de la Esperanza: Ya no somos extranjeros, 2003.

La migración trae consecuencias muy delicadas para la pareja y sus familias. Implica remover las raíces culturales e históricas de cada individuo para volver a plantarlas en nueva tierra. Pero además, trae consigo la interrupción del proceso de crecimiento interno a la pareja y la familia, hasta que se logre un nuevo ajuste a la situación. Pero si además el núcleo familiar se vio afectado por la separación geográfica de sus miembros, el reto se vuelve aún mayor. Del nivel de adaptación que posea la persona que migra dependerá en gran grado su ajuste a las nuevas condiciones y la posibilidad de que su crecimiento individual y familiar continúen, más allá de la crisis normal del primer momento.

Para el individuo, para el matrimonio, para la familia la migración conlleva una interrupción de todos los procesos de crecimiento para sobrepasar el dramático reto que la migración conlleva. Y si la migración conlleva la desintegración del núcleo familiar el reto es aún mayor.

Los casos de María Elena y Javier y de Juana y Roberto que podrán ver ilustrados en Historias con un final feliz pueden servirles  de ejemplo.