Años atrás cuando éramos niños, recuerdo que en mi natal Venezuela las personas que hablaban de la Biblia y que la llevaban bajo el brazo en la calle o en el ascensor del edificio donde yo vivía, eran identificadas como “evangélicas” o protestantes. Lucía comparte conmigo la misma experiencia en su natal Puerto Rico, de donde también recuerdo los primeros programas de TV en español que hablaban de la Biblia pero que también eran protestantes. Hoy por hoy, damos gracias a Dios porque hemos vivido a través del tiempo, el redespertar de la feligresía católica a la luz del Concilio Vaticano II de la importancia de leer, conocer y vivir la Palabra de Dios a través de la lectura de la Biblia a cualquier edad.
Hemos recordado durante estos últimos meses dedicados a la Fe el 50 aniversario del Concilio Vaticano II y los 20 años de la publicación del actual Catecismo de la Iglesia Católica y esto nos ha motivado a recordar y recuperar nuestra identidad de Iglesia Católica que recopiló la Biblia como Palabra de Dios, la cual se nos fue dada también como alimento (para conocimiento de Dios) para creer y fundamentar nuestra fe.
La lectura diaria de la Biblia es un recurso para el encuentro personal con Jesucristo, para el acercamiento de nosotros como pareja, para la compenetración de padres e hijos, para el crecimiento como familia y, por ende, para la transformación de nuestra sociedad. Nosotros como familia hemos retomado la necesidad de fundamentar nuestra vida en la lectura de la Palabra de Dios, en interpretar su mensaje, en aceptar su reto para nosotros como hijos de Dios, en encontrar fuerzas para enfrentar las situaciones de vida diaria porque a través de ella conocemos más y más de Dios y de Su amor. Crece nuestra confianza, nuestra fe, nuestro amor.
Los invitamos a retomar nuestras Biblias, a llevarlas con nosotros bajo el brazo, en el carro, en la maleta, para la escuela o para el trabajo, e incluso en las vacaciones sin vergüenza, sin temor de ser tildados de fanáticos o confundidos con alguna denominación no católica, con el propósito de leerla como individuos, como parejas y como familia para nuestro crecimiento personal, como esposos y como familia.
Del 15 de septiembre al 15 de octubre, se celebra el Mes de la Herencia Hispana. Este hecho me ha llevado a reflexionar junto a mi esposo Ricardo sobre cómo el ser hispanos ha impactado nuestra realidad como familia. De esta reflexión ha florecido una sonrisa en mis labios y una oración de agradecimiento a Dios por la gracia de ser hispanos.
Gracias a nuestras raíces hispanas, Ricardo y yo hemos aprendido el profundo valor de la familia. Y no solo de la familia nuclear –padre, madre e hijos- sino el infinito valor de la familia extendida. Abuelos y abuelas, tíos y tías, sobrinos y sobrinas, primos y primas, suegras y suegros, yernos y nueras, compadres y comadres; en fin, un ramillete de vidas unidas por los lazos de la sangre, del amor y de una cultura rica en costumbres, historia y fe que alimentan la vida familiar.
Gracias a que somos una familia hispana mi esposo, nuestro hijo y yo cenamos juntos todos los días dando gracias a Dios por el pan de cada día. Gracias a que somos hispanos oramos el Santo Rosario en familia y meditamos a diario en la Palabra de Vida. Gracias a nuestra hispanidad, compartimos abiertamente besos y abrazos que fomentan la cercanía y el amor familiar, buscamos visitar regularmente y compartir con nuestros familiares, celebramos en familia los quince años de nuestras niñas y la Navidad no es una época vacía dirigida solo a adquirir regalos. Gracias a nuestra cultura, no vamos a enviar a nuestro hijo a vivir independientemente cuando cumpla 18 años; más bien lo alentaremos a quedarse en casa, gozando del calor de nuestro hogar, junto a abuelas y tíos, hasta el día en que forme su propia familia y le motivaremos a enseñarle estos valores a sus hijos y a los hijos de sus hijos.
Esta reflexión nos trajo a la conciencia el orgullo que sentimos de formar parte de una familia hispana, Católica, Apostólica y Romana, regalo que recibimos por gracia de Dios y que llena nuestras vidas de pura bendición.
Hoy amanecí algo descompuesta por haber tomado un antihistamínico tarde anoche para contrarrestar los efectos del alto nivel de polen típico en este tiempo de año, especialmente aquí en Miami, Florida. ¡Qué hermoso que lo primero que vi fue el rostro amable de mi amado esposo Ricardo, quien me preguntaba cómo había amanecido de mis alergias! Le contesté que me sentía con mucho sueño y un poco mareada. Médico al fin, al verme aún bajo los efectos del medicamento, me dijo que no me preocupara, que él asumiría el preparar el niño para la escuela, el desayuno, su almuerzo y aún llevarlo al colegio, para darme tiempo a recuperarme.
¡Qué grande fue el alivio que sentí al poderme quedar en cama un par de horas más, para luego poder cumplir con el resto de las obligaciones que tenía este día! Durante la tarde, recordé que Ricardo tenía que hacer algo importante referente a uno de nuestros autos que caducaba hoy. Lo llamé para recordarle y me dijo que estaba muy ocupado en el hospital donde trabaja. Decidí asumir el asunto del auto y con la ayuda de Dios, lo resolví. Luego, cuando hable con Ricardo se sintió aliviado de que lo del carro ya estuviera resuelto y se pudo concentrar tranquilo en su trabajo.
Estos sucesos cotidianos, me hicieron reflexionar en la gracia tan grande que es la ayuda mutua en la pareja, según el plan de Dios (Gen. 2-18). ¡Como puede ser la vida diaria tanto más placentera y menos estresante cuando rompemos con los esquemas de las funciones que supuestamente son propias del hombre o la mujer, y las asumimos simplemente como pareja! Cuando rompemos con los estereotipos que nos presentan nuestra cultura y la sociedad, y ayudamos a nuestra pareja con el gozo que brota del amor verdadero, no sólo aliviamos nuestras cargas, sino que nos liberamos de la opresión que nos presentan, para dar paso a un matrimonio feliz.
Estos tiempos de crisis económica han impactado nuestras finanzas muy drásticamente. Esta realidad se ha agudizado con nuestra reciente decisión de retirarme de la práctica activa del derecho después de 20 años de ejercicio profesional para dedicarme a servir al Señor y Su Iglesia a tiempo completo. Hemos vivido en los últimos meses tiempos de escasez donde hemos tenido que modificar drásticamente nuestro estilo de vida. Pero nuestra fe en la provisión de Dios, prometida en Su Palabra, nos ha dado la absoluta seguridad de que nada nos faltará.
La fe es la certeza de que obtendremos lo que aún no vemos ni poseemos, por gracia y misericordia de Dios. De nuestra fe brota la confianza en momentos de escasez; y de nuestra confianza emana la paz que necesitamos para no experimentar angustia alguna. Y Dios, que es fiel a Sus Promesas, SIEMPRE nos da su provisión. Damos gracias a Dios por estos momentos de prueba y necesidad, pues nos ofrecen la oportunidad de clamar a Dios como esposos y poder experimentar una vez más cuán atento está a nuestras necesidades.
Les compartimos estas vivencias que nos han levantado en estos tiempos de dificultad económica pues sabemos que en estas pruebas no estamos solos. Son muchas las parejas que están viviendo tiempos económicamente difíciles pero ¡qué diferencia cuando enfrentamos estas crisis de la mano de Jesús! ¡Cuánta confianza y paz nos da saber que tenemos la provisión asegurada! Les invitamos a creerle a Dios y abandonarse en Él, en la confianza de que nunca jamás nos dejará desprovistos y que su provisión llegará en Su tiempo perfecto.
Ricardo y yo le creemos y nunca nos ha faltado nada… ¿Le crees tú a Dios?
Luego de 12 años de formación en un colegio parroquial en mi natal Puerto Rico, me trasladé con mi familia a Orlando, Florida donde me envolvió la vorágine del sueño americano. Me dediqué a estudiar y trabajar a tiempo completo y me aleje totalmente de mi vida y comunidad de fe. Con mucho esfuerzo, obtuve una licenciatura en administración de empresas y luego un doctorado en derecho.
Mi práctica legal se desarrolló muy exitosamente y rápidamente incursioné en el medio de la radio. Por muchos años conduje un programa diario de radio para orientar en vivo a los hispanos del Centro de la Florida. También tuve apariciones en televisión y la prensa escrita. Me capturó el éxito económico y el reconocimiento, pero al paso del tiempo, me di cuenta que muchos me buscaban por interés y vivía una vida muy superficial.
El vacío que vivía, aunado con el estrés de la una práctica altamente demandante, la inesperada muerte de mi padre y el nacimiento muy prematuro de mi primer sobrino, Alex, el cual por su prematuridad quedó ciego, autista, hidrocefálico y epiléptico, me llevaron a sumergirme en una depresión. Pero gracias a la invitación de una amiga, comencé a asistir a un grupo de oración del Santo Rosario en un hogar católico. Allí, tomada de la mano de María Santísima, el Señor sanó mi vida y regresé a la comunión de la Iglesia, con un profundo llamado a evangelizar a los hispanos en Estados Unidos y América Latina, a través de eventos de conversión y formación en la fe, ejerciendo mi ministerio en conferencias, retiros, talleres, congresos, y conciertos de música de Dios.
Estaba tan feliz con mi nueva vida en Cristo, y tan enamorada de Él, que tenía la “convicción” que quería mantenerme soltera para dedicar mi vida libremente a mi práctica y ministerio. Pero a pesar que estos eran mis planes humanos, en noviembre de 1998, fuí a almorzar con mi hermana y mi asistente legal. No sabía que ellas tenían planeado convencerme de abrirme al matrimonio. Mi hermana particularmente quería que yo viviera la experiencia de la maternidad y también deseaba ser tía. Trataban de convencerme cuando pensé hacerles una broma. En la mesa, miré al cielo y hice como que oraba al Señor Jesús y le decía: “Señor, tú sabes que eres mi único amor, pero si el matrimonio es la vocación a través de la cual deseas que te sirva, entonces regálame un hombre así…”.
Tomé una servilleta de papel del restaurante, un bolígrafo y comencé a dictar en voz alta (para que mi hermana y asistente escucharan), “Señor, lo quiero: • católico, apostólico y romano • que te ame más a Ti que a mí • que tenga una profesión sólida para que nos sintiéramos equilibrados profesionalmente • deseo conocerlo: adorándote ante el Sagrario, o ante un micrófono proclamando tu grandeza, evengelizando, cantando o tocando un instrumento para ti.
Añadí varios “requisitos” más, y concluí la lista de 26 requisitos con lo menos importante que incluían, que físicamente él fuera:
• de unos 5’10” a 5’11” de estatura • entre 180 y 190 libras de peso • con ojos pardos • con el cabello negro peinado hacia atrás, y • canitas en los lados para hacerlo interesante.
Mi hermana molesta dijo: “¡ah, pero ese hombre no existe!” Yo feliz de que la “broma” que les había hecho a mi hermana y asistente había funcionado, salí sonriendo de aquel lugar, sin darle mayor importancia a aquel evento.
Tres meses después, en uno de mis viajes misioneros, fui a entrevistarme en una emisora radial en Caracas, Venezuela para dar mi testimonio de vida. El conductor del programa radial era un tal Ricardo Luzondo, coordinador de la Renovación Carismática Católica de la Arquidiócesis de Caracas. El programa iba en vivo y llegué minutos antes de comenzar. Corriendo entra el conductor del programa, nos presentan por nombre y pasamos a la cabina. Cuando nos dan el “cue” para salir al aire, el técnico abre el MICRÓFONO, y el anfitrión comienza a alabar a Dios con gran unción. Algo dentro de mí sucedió, y comencé a realizar lo hermoso de aquel hombre tan especial. Dije, “o Dios, ¡que bello!”.
Me entrevistó, y durante la entrevista supe que aquel tal Ricardo Luzondo era neurólogo pediátrico. Lo miré con más detenimiento y me di cuenta que medía unos 5’10”, pesaba unas 180 libras, tenía ojos pardos, el cabello peinado hacia atrás, ¡y tenía canitas! Quedé prendada de aquel hombre. Todo tal cual pedí a Dios “bromeando” en la lista de mi servilleta. Al siguiente día comenté a las personas que me transportaban a otra ciudad, lo amable y entregado a la fe que era el coordinador diocesano, y dije: “su esposa debe estar muy orgullosa de él” y la joven exclamó, “Ricardo, pero si Ricardo ni novia tiene, y yo dije, “¡YES!”.
Menos de un mes después, Ricardo llegó a visitarme a Orlando, Florida y comenzamos un hermoso cortejo y luego un noviazgo a larga distancia. Un año después, unimos nuestras vidas en el santo sacramento del Matrimonio, el día de la Anunciación del Año Jubilar. Fruto de nuestro amor nació nuestro hijo, Sebastián. Desde entonces Ricardo y yo hemos unido nuestros ministerios de evangelización, y subsecuentemente fundamos el ministerio RENOVACION FAMILIAR, que busca defender, promover, renovar, sanar y resaltar los valores del matrimonio y la familia cristiana a través de talleres, retiros, conferencias, congresos y conciertos en Estados Unidos y América Latina, uniendo familias en el amor de Cristo.
A principios de 2010, la Oficina de Asuntos Hispanos de la Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos nos honró invitándonos a formar parte del equipo asesor nacional de la iniciativa para el matrimonio y la familia católica, conocida como POR TU MATRIMONIO, de la cual este blog es parte integral. Es nuestro anhelo que este blog sea un vehículo idóneo y efectivo para motivar una conversación abierta, enriquecedora y saludable con otros matrimonios cristianos que buscan experimentar el gozo y la plenitud de la vida conyugal, según el plan divino de Dios. En futuros post en nuestro blog, compartiremos sobre experiencias, vivencias, pruebas, situaciones y aún crisis que experimentamos en nuestro matrimonio y ministerio y como nuestra fe en Cristo Jesús y la riqueza de la doctrina y Sacramentos de nuestra Santa Madre Iglesia Católica nos ayudan a solventarlas y alimentar un matrimonio sano y feliz. ¡Hasta la próxima!