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Esperanza, sanación y propósito después de la muerte de un cónyuge

por John O’Shaughnessy

Mi primera esposa Ann murió en 1998 después de una larga enfermedad. Yo tenía 41 años, era viudo y padre soltero de dos niños pequeños. ¿Ahora qué? Muchos días luchaba con desesperación, desesperanza y preguntas. Muchas preguntas. San Pablo escribe en Romanos 8, 28: “Sabemos, además, que Dios dispone, todas las cosas para el bien de los que lo aman, de aquellos que él llamó según su designio”. Para ser honesto, es difícil ver la luz cuando estás en la maraña del dolor. Su designio no era mi designio. Pero quince años después, por la gracia de Dios, eso ha cambiado. El sufrimiento por el que todos pasamos ha revelado hoy un hermoso ministerio de esperanza, sanación y propósito.

A continuación, se encuentran unas partes de mi libro, The Greatest Gift-A Return to Hope [El regalo más grande: un regreso a la esperanza], traducidas al español y adaptadas para Por Tu Matrimonio.

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Escribí la gran mayoría de este libro entre siete y ocho años después de la muerte de mi esposa Ann. Creo que necesitaba algunas aguas tranquilas para navegar en mi barco. De todos los lugares que podría haber escogido, escribí mis palabras en mi comedor, en la misma mesa que Ann y yo compramos cuando recién nos casamos. La misma mesa en la que ella hacía las cosas, y en la que los cuatro disfrutábamos juntos de muchas comidas excelentes.

Mientras escribía, surgieron muchas cosas que parecían caer del cielo, como llamadas telefónicas en el momento justo de viejos amigos quienes me brindaron datos más descriptivos de lo que había sucedido. Encontré escritos que Ann había hecho años atrás que supongo esperaba encontrar la forma de publicarlos. Parecía que todos estos años después, Ann todavía estaba dirigiendo las cosas.

Todos hemos seguido adelante ahora, los niños y yo, y todos los demás que amaban a Ann. Es lo que ella quería que hiciéramos; y con su ayuda, lo hemos hecho. No puedes dar vueltas al duelo; el círculo te trae de regreso. Hay que marcharse a través de él. A través de las tormentas, a veces llorando con la cabeza colgando de los hombros, doliendo desde los talones hasta las orejas e, irónicamente, es el dolor lo que te ayuda a superar el duelo. Vivirlo, hacerlo propio, permitir que se habite en ti por un tiempo, derramar las lágrimas y soltar los gritos.

Es el dolor lo que te ayuda a superar el duelo. Lo sigues. Lo sientes. Te golpea y te vuelve a edificar. Te deja vacío para que puedas volver a estar lleno. Sin este dolor, estás perdido y entumecido, siguiendo un camino que te lleva de regreso a las mismas lágrimas y los mismos gritos, quizás un poco más apagados, un día distinto, todo lo demás igual.

Seguir adelante no significa dejar ir. Ann siempre estará conmigo. La he colocado ahora en una parte de aceptación de mi corazón que consuela los recuerdos y los mensajes. Ella, más que nadie, me ha convertido en la persona que soy hoy en día. He vuelto a seguir el ritmo de la vida, con el viento a mi espalda, una sonrisa en mi rostro y la alegría de nuevo en mi corazón. Me siento afortunado de haber vivido una buena parte de mi vida con ella, y cada vez que miro a mis dos hermosos hijos, Ann vuelve a estar conmigo y me recuerda lo que alguna vez tuvimos. Eso nunca se me puede quitar. Eso dura para siempre.

Este camino me llevó a “salones de clase” que nunca hubiera visto y me enseñó cosas que nunca hubiera sabido. Ahora sé que las lecciones no se encuentran en las dificultades, se encuentran en el elegir cómo responder a ellas. Primero aprendí a experimentar el duelo y luego aprendí a vivir. Todos enfrentamos adversidades en nuestras vidas, algunas más profundas que otras, pero todos estos desafíos que enfrentamos están diseñados para enseñarnos algo, y cuando no aprendimos de ellos, no es culpa de nadie más que de nosotros mismos.

Al final de su vida, Ann entregó todo lo que le quedaba para dar y no se llevó nada más que el amor que nos tenía en su corazón. Me dijo en uno de esos últimos días que se sentía “bendecida de haber amado y sido amada por tanta gente maravillosa”.

Nosotros también fuimos bendecidos.

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Nuestro ministerio de esperanza, sanidad y propósito se llama Good Mourning Ministry [Ministerio del Buen Duelo], un apostolado católico de duelo, creado por mí junto con mi actual esposa Sandy. Sandy ha pasado por su propio proceso de duelo y ahora nos sentimos llamados a ayudar a otros que están de luto. Este ministerio fue fundado en 2011, pero el llamado de arriba vino en 2010 durante un tiempo ante nuestro Señor en el Santísimo Sacramento.

He llegado a aprender que no hay etapas en el duelo. Todos experimentamos la pérdida a nuestra manera única. La sanación es un proceso intencional, donde nos reunimos como una comunidad de fe para convertirnos en discípulos de la esperanza. Es a través de la reflexión en oración, el aprendizaje práctico y la convivencia personal que vivimos el duelo. Y en el duelo comenzamos a construir nuestro puente hacia una vida nueva y distinta.

Para más información sobre The Greatest Gift o Good Mourning Ministry, visite nuestra página web: http://www.goodmourningministry.net, o envíenos un correo electrónico: goodmourningministry@hotmail.com.

Para información sobre los ministerios en su área para los que están de luto, consulte con su parroquia local o con su diócesis.

Este artículo se publicó en inglés en https://www.foryourmarriage.org/hope-healing-and-purpose-after-the-death-of-a-spouse/

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Los lazos familiares

Por Josh Noem

Cuando conté esta historia sobre mi abuela en su funeral, les aseguré a mis hermanos y primos que no soy el tipo de persona que se conmueve fácilmente por señales sobrenaturales.

Ella tenía 86 años y poco a poco iba a un ritmo cada vez más lento, especialmente desde que mi abuelo murió siete años atrás. Ella estaba lista para estar con él y con el Señor. Después de celebrar una fiesta de cumpleaños con mi prima una noche, ella se quejó de molestias en el pecho y dos horas después murió de un infarto. Dimos gracias que ella no sufrió por mucho tiempo.

Mamá y papá me llamaron después de la medianoche con la noticia, y después de colgar me senté a hablar con mi esposa Stacey sobre mi abuela y lo que significaba su fallecimiento. Después de algunas lágrimas, me acosté y comencé a rezar el rosario.

Mi abuela tenía una devoción feroz por el rosario, e incluso los hacía a mano, decenas de miles, rosarios con cuentas de plástico amarillas, verdes, rosadas y azules; rosarios hechos sólo con nudos; rosarios con joyas brillantes y conchas marinas. Los armó, década tras década, luego los hizo un nudo y los envió alrededor del mundo para que otros oraran. Misioneros en lugares desconocidos, hombres y mujeres militares en navíos, y niños de primaria en todo el Medio Oeste, rezan oraciones con los dedos colocados en las cuentas que armó mi abuela.

Ella hizo el rosario que llevaba en el bolsillo de mi traje en mi boda. Si nuestra casa se incendiara, es una de las pocas cosas que agarraría al salir. Es lo que busqué después del aviso de su muerte.

Luego me acomodé para dormir. Me acosté de lado con mi pie izquierdo encima de las sábanas y justo cuando me estaba quedando dormido, sentí algo, como un tirón en un dedo del pie.

Pensé que Stacey me había tocado, pero la vi bien acomodada bajo las sábanas a mi lado, quieta y tranquila. Luego pensé que uno de los niños, tal vez enfermo, estaba tratando de despertarme. Pero al mirar no había nada más allá del poste de la cama y mi pie descalzo. Sin embargo, estaba seguro de que alguien me había dado un tirón en el dedo del pie, un tirón silencioso, suave y firme.

Volví a apoyar la cabeza en la almohada y me di cuenta que sentí que mi abuela estaba cerca, como una presencia alegre y reconfortante. La percibí diciéndome que ella está donde debe estar.

Ese sentimiento, lo sé, es absolutamente subjetivo, pero estoy aquí para decirles que es lo que sentí. Y tal vez no sea importante, al final, no cambia la forma en que recuerdo a mi abuela o mi compromiso con nuestra fe, pero fue un recordatorio tranquilo, gentil y firme de que solamente un velo delgado nos separa de aquellos que nos han precedido en muerte.

Un día, todos pasaremos a través de ese velo, y es un consuelo saber que los fieles difuntos que nos preceden estarán esperando allí. Sé que mi abuela está allí con otros miembros de mi familia, que es una familia mucho más amplia que la que contamos ahora, y esta convicción me prepara para esa comunión. Esa comunión es un nuevo horizonte que, en el aquí y ahora, me ayuda a ver las cosas con más claridad y en su justa perspectiva.

Es en la vida familiar que experimentamos un poco de lo que hay más allá de ese velo delgado, y vale la pena hacerlo bien. Así como lo hizo mi abuela.

Este artículo se publicó en inglés en https://www.foryourmarriage.org/blogs/family-ties/

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