Recientemente, pasé por situaciones en las que mi padre y mi suegra estuvieron al borde de la muerte en hospitales. Esas situaciones nos llevan a pensar en decisiones médicas sobre qué es lo que está permitido de acuerdo a nuestra fe cuando nuestra vida está en peligro de apagarse y las opciones de lo que podemos decidir éticamente de acuerdo a nuestra fe católica.
Te has puesto a pensar alguna vez:
¿Qué pasaría con mis hijos si el Señor me llamara mañana y quien se haría cargo de ellos, de su custodia y cuidado?
¿Qué pasaría si yo quedara incapacitado sin poder hablar por mí mismo y qué procedimientos médicos quisiera que me hagan o no?
¿Quisiera que me mantengan con vida usando medios extraordinarios o quisiera dar órdenes por escrito de qué no me resuciten o no usen métodos extraordinarios?
Cuando hablamos de métodos extraordinarios, nos estamos refiriendo a máquinas que nos ayudan a respirar artificialmente, y las enseñanzas de la Iglesia católica dicen que es lícito dar instrucciones de que no queremos usar métodos extraordinarios para mantenernos con vida.
Al mismo tiempo las enseñanzas de la Iglesia nos dicen que no está permitido usar drogas o medicamentos con el fin de terminar nuestra vida en situaciones cuando uno está agonizando. Sí se pueden usar métodos para controlar el dolor, siempre y cuando el fin no sea terminar con la vida más rápido.
¿Qué podemos hacer? Es importante tener un documento que se llama Directiva anticipada (Advance Directive en inglés), también conocido como Disposiciones adelantadas o Instrucciones por adelantado. Es un documento de directivas médicas donde pongamos por escrito lo que quisiéramos que pase y cuáles son nuestros deseos en diferentes circunstancias y estableciendo quién de nuestra familia podrá tomar decisiones por nosotros si quedáramos incapacitados.
También es importante dejar por escrito un testamento (will en inglés) determinando qué pasará con nuestras propiedades como casa, carros, terrenos, ahorros, etc. en caso de una muerte inesperada. Para los padres de niños menores de edad también hay que incluir quién se encargará de ellos.
Finalmente es primordial especialmente para los casados tener un seguro de vida para evitar que tu esposa o esposo e hijos pasen dificultades financieras en caso de algún accidente o muerte inesperada.
No dejes las decisiones para mañana, deja por escrito tus deseos e instrucciones médicas y legales importantes pues lo que tú no decidas tal vez otros tendrán que decidir por ti y tal vez no sea lo que tú hubieras querido y deseado.
¡Que Dios te bendiga!
Silvio Cuéllar es músico pastoral, compositor, periodista y conferencista en temas de liturgia, vida y familia. Sirve como coordinador diocesano de la Oficina del Ministerio Hispano de la Diócesis de Providence, Rhode Island, Editor Asociado del periódico El Católico de Rhode Island y director de música en la parroquia Blessed Sacrament en Providence, R.I.
Mi esposo y yo estuvimos a punto de darnos por vencidos, casi se nos acaban las fuerzas y permitíamos que fallara el amor entre nosotros; ¡por poco nos separábamos! Hoy, a más de un año después de la tormenta, y a pesar de lo duro que fue rescatar nuestro amor y luchar por nuestro matrimonio y familia, podemos decir con gran alegría y firme certeza que ¡lo logramos y estamos más enamorados que siempre! Pero ¿Cómo lo hicimos? ¿Por qué razón no desistimos? ¿Por qué no nos dimos un tiempo de separación en nuestra relación como hacen tantas parejas en la actualidad? La verdad es que no fue una cosa específicamente lo que salvó nuestro matrimonio, sino más bien, una serie de importantes decisiones que tomamos conscientemente día con día durante el tiempo de crisis las que, con la gracia de Dios, nos ayudaron a no rendirnos.
Nuestro matrimonio no comenzó como idealmente y con sabiduría aconseja la Iglesia Católica de acuerdo con la Sagrada Escritura: “Por eso el hombre deja a su padre y a su madre y se une a su mujer, y los dos llegan a ser una sola carne” (Gn 2,24). En cambio, nosotros nos embarazamos primero, años después comenzamos a vivir juntos, luego nos casamos por lo civil y años más tarde recibimos la bendición de Dios en nuestra ceremonia de boda católica. Durante esta línea de tiempo, la mayor parte lo vivimos en casa de mis padres. Al cuestionarnos, reflexionar y orar sobre la complejidad de la crisis matrimonial que atravesábamos – para así poder comenzar el proceso de sanación – descubrimos que las heridas profundas que ambos teníamos se debían en gran parte a que no comenzamos nuestra familia como un sano matrimonio: juntos y solos de la mano de Dios como lo habíamos prometido en el altar.
Por eso, cuándo ya la carga se hizo muy pesada, el dolor más profundo y la lucha más difícil, llegó la prueba de fuego como un incendio voraz que acechaba con devorar nuestro amor. Justamente fue durante la Cuaresma, experimentando así nuestro propio calvario. ¡Vaya que fue inolvidable! pues jamás habíamos vivido tan intensamente la Pasión de Cristo como el momento en el que nos dimos cuenta de que nuestro matrimonio se estaba desmoronando en mil pedazos.
No solo estábamos sufriendo nosotros dos, pero también nuestro hijo; y esto convertía nuestra realidad en una triste y muy delicada situación. Fue en ese momento cuando nos armamos de valor para luchar contra todo lo que amenazaba con destruir nuestro matrimonio y familia. Así, resolvimos vencer la batalla de rodillas, literalmente, y no renunciar a nuestro matrimonio: llevándolo en oración ante el Santísimo Sacramento, de la mano de María rezando el Santo Rosario, aprendiendo una nueva devoción a san José dormido y dejándonos guiar con ayuda de la dirección espiritual. Incluso, en algún momento, buscamos terapia psicológica/familiar.
Llegar a ser humildes para poder pedirnos perdón y perdonar nuestras faltas no fue tarea sencilla. Tuvimos que ampliar nuestra mirada para poder disponernos a un verdadero encuentro con el otro, es decir, estar dispuestos a vernos el uno al otro como Dios ve y ama a su hijo Jesús, y como nos ve y ama a nosotros mismos. Desnudar el alma para sanar el rencor que se añejaba en nuestro corazón. Despojarnos del resentimiento. Rechazar el pesimismo y alarde, apuntando severamente los errores y defectos del otro. Al contrario, sabiendo que ambos anhelábamos la fiel restauración de nuestro matrimonio, optamos por una actitud de servicio misericordioso, entrega total, y profunda compasión. Trabajamos inagotablemente en la paciencia, lo que nos exhortó a evitar “reaccionar bruscamente ante las debilidades o errores”[1] mutuos y así reavivar nuestra conciencia de la importancia del matrimonio como sacramento sellado por Dios.
Una y otra vez, y con mucha ilusión, nos contábamos anécdotas de cómo nos habíamos enamorado y cómo fue que nació nuestra historia de amor. Nos recordábamos mutuamente nuestros votos matrimoniales y promesas ante Dios. Reconociendo que en el matrimonio hacemos un regalo de nuestro propio ser a nuestro cónyuge y que es ahí, en nuestra vocación matrimonial, en dónde Dios se hace presente como fuente viva del amor eterno e incondicional. Es justo ahí, en medio de los dos, donde la enseñanza de Cristo sobre el matrimonio y su indisolubilidad se hace más visible y palpable. Es justamente ahí, en la promesa de nuestro amor, dónde Dios se revela como el más grande Amor de los amores. Y es precisamente ahí, en nuestra humanidad como marido y mujer, dónde la magnífica visión del plan eterno de Dios para los esposos se manifiesta. ¡Que belleza es el amor humano! y cuánto más lo experimentamos a plenitud, más comprendemos que vivir una vida en gracia con Dios – en camino a la santidad – no significa no equivocarnos como matrimonio, sino todo lo contrario: es abrazar nuestro “sí” para siempre con todo lo que implica pues “la medida del amor es amar sin medida” (San Agustín).
Después de algún tiempo de luchar sin cesar, sin abandonarnos y sin dejar de amarnos, nos abrazamos sabiendo que ya habíamos superado la crisis. Ahora nos encontrábamos con la misión de continuar trabajando en la mejor versión de nosotros mismos por amor al otro y a la familia que habíamos decidido formar y proteger hasta la eternidad.
Porque vale la pena luchar por el ser amado
El amor es lo más importante para Dios, pues Dios mismo es fuente de todo amor. Y de manera especial, el amor y entrega que existe entre los esposos en el sacramento del matrimonio es un símbolo magistral del amor de Dios a la humanidad. Pues en su unión de amor, los esposos experimentan la belleza del amor sacrificado, comprometido, fiel, paciente e incondicional, imitando así el amor de Cristo por su Iglesia. Hoy en día, la sociedad necesita más matrimonios valientes, enamorados de Cristo, deseosos de vivir en santidad y dispuestos a amar eternamente, “hasta que la muerte los separe”.
Claramente, el matrimonio no es siempre miel sobre hojuelas, pues todos los esposos pasan por dificultades que ponen a prueba su relación. No existen las parejas perfectas o historias de amor sin caminos pedregosos, todos estamos en pie de lucha. Sin embargo, los esposos que logran reconocer que “el amor que no puede sufrir no es digno de llevar ese nombre” (Santa Clara de Asís), sabrán que superar los obstáculos, con la gracia de Dios, los ayudará en el crecimiento del amor mutuo y hacia Dios. Así conocerán el gozo y la alegría de un amor inquebrantable, como el amor de Dios por su pueblo.
“En el matrimonio, nos entregamos por completo, sin cálculos ni reservas, compartiendo todo, los dones y las dificultades, confiando en la Providencia de Dios…Es una experiencia de fe en Dios y de confianza mutua, de profunda libertad y de santidad, porque la santidad supone entregarse con fidelidad y sacrificio todos los días de la vida” (Papa Francisco).[2]
Enseñanzas
El Papa Francisco dio inicio al Año de la Familia (2021-2022) implorándonos apoyar a las familias defendiéndolas “de todo lo que comprometa su belleza…(y) a salvaguardar sus preciosos y delicados vínculos”[3]
Por lo tanto, con este ímpetu, mi esposo y yo quisimos compartir una página dolorosa de nuestro matrimonio, pero sobre todo la lección de vida que consolidó nuestro vínculo amoroso y familiar para crecer en amor, respeto y admiración. Deseamos que otras parejas logren identificarse con nuestro testimonio y puedan superar también cualquier dificultad que estén pasando en su matrimonio.
Siete enseñanzas que aprendimos de nuestra experiencia:
Disculparse y pedir perdón: “Todos sabemos que no existe la familia perfecta, ni el marido o la mujer perfectos. Existimos nosotros, los pecadores. Jesús, que nos conoce bien, nos enseña un secreto: que un día no termine nunca sin pedir perdón, sin que la paz vuelva a casa. Si aprendemos a pedir perdón y perdonar a los demás, el matrimonio durará, saldrá adelante” – Papa Francisco.
Fuimos hechos para el cielo, la plenitud del amor aquí y en la eternidad – tú eres el camino a la santidad de tu esposo/a. En el sacramento del matrimonio, la santidad de tu cónyuge es parte de tu responsabilidad.
El amor lo explica todo – san Juan Pablo II decía que “la persona que no decide amar para siempre, le será muy difícil amar siquiera un día”. Por eso, aun cuándo nos sentíamos ofendidos y defraudados, mi esposo y yo nunca dejamos de hacernos muestras de amor.
La dirección espiritual, el Santo Rosario y san José dormido fueron nuestras armas para la batalla – la oración nos fortaleció y la dirección espiritual nos acompañó.
Los amigos en la fe son un tesoro, verdaderos guerreros de oración – abrir el corazón a nuestros amigos más íntimos nos ayudó a saber que había alguien más orando por que pudiéramos superar exitosamente la amarga prueba. Jamás nos aconsejaron separarnos, ni divorciarnos.
Amor a pesar de todo – ¡Nunca abandonarse!, ¡nunca renunciar!, ¡nunca rendirse!, ¡nunca flaquear! “Una resistencia dinámica y constante, capaz de superar cualquier desafío…aun cuando todo el contexto invite a otra cosa”[4]
El amor vence siempre – estas palabras que san Juan Pablo II citó nos dieron ánimo cuándo más lo necesitábamos. El verdadero amor es eterno.
Verónica López Salgado, M.A. Feliz esposa y mamá Teóloga | Traductora e Intérprete | Consultora |
¿Quiere unas ideas cómo crecer en santidad, junto con su cónyuge? ¡Intenten seguir algunos consejos del Papa! En sus homilías y discursos, el Papa Francisco ha hablado muy directamente sobre cómo deben tratarse el marido y la mujer, sobre la oración dentro de la familia y otras formas en que la familia vive su identidad como una “Iglesia doméstica”. Entonces, esta Cuaresma, ¿por qué no comprometerse con su cónyuge a probar una de las siguientes resoluciones cuaresmales, basadas en las palabras del Santo Padre?
Usar la cortesía con su cónyuge.
Use peticiones gentiles: “¿Puedo, permiso?” Por ejemplo, “¿Te gusta si hacemos así?” y “¿Quieres que salgamos esta noche?”
“Pedir permiso significa saber entrar con cortesía en la vida de los demás. …El amor auténtico no se impone con dureza y agresividad.” (Discurso a las parejas de novios, Roma, 14 de febrero de 2014.)
Decirle “gracias” a su cónyuge.
“Parece fácil pronunciar esta palabra, pero sabemos que no es así. ¡Pero es importante! … es importante tener viva la conciencia de que la otra persona es un don de Dios, y a los dones de Dios se dice ¡gracias!” (Discurso a las parejas de novios, Roma, 14 de febrero de 2014)
Pedirle perdón a su cónyuge.
Diga: “Perdón”.
“Aprendamos a reconocer nuestros errores y a pedir perdón. ‘Perdona si hoy levanté la voz’; ‘perdona si pasé sin saludar’; ‘perdona si llegué tarde'”. (Discurso a las parejas de novios, Roma, 14 de febrero de 2014)
“No terminar jamás una jornada sin hacer las paces. ¡Jamás, jamás, jamás!” (Discurso a las parejas de novios, Roma, 14 de febrero de 2014)
“Rezar juntos el ‘Padrenuestro’, alrededor de la mesa, no es algo extraordinario: es fácil. Y rezar juntos el Rosario, en familia, es muy bello, da mucha fuerza. Y rezar también el uno por el otro: el marido por la esposa, la esposa por el marido, los dos por los hijos, los hijos por los padres, por los abuelos… Rezar el uno por el otro. Esto es rezar en familia, y esto hace fuerte la familia: la oración”. (Homilía en el día de la familia, Roma, 27 de octubre de 2013)
Pedir al Señor que multiplique su amor y se lo dé fresco y bueno cada día. Oren juntos: “Señor, danos hoy nuestro amor de cada día”. (Discurso a las parejas de novios, Roma, 14 de febrero de 2014)
Visitar a los ancianos, especialmente a sus abuelos.
“Qué importantes son [los abuelos] en la vida de la familia para comunicar ese patrimonio de humanidad y de fe que es esencial para toda sociedad”. (Ángelus en la Jornada Mundial de la Juventud, Río de Janeiro, 26 de julio de 2013)
Compartir la fe con los demás.
“Las familias cristianas son familias misioneras. … Son misioneras también en la vida de cada día, haciendo las cosas de todos los días, poniendo en todo la sal y la levadura de la fe”. (Homilía en el día de la familia, Roma, 27 de octubre de 2013)
El verano y las vacaciones fuera de la escuela, nos presentan una excelente oportunidad para fortalecer nuestras relaciones de familia y poder disfrutar de inolvidables recuerdos entre los padres y los hijos, visitando bonitos lugares y haciendo actividades divertidas en familia.
Aquí les compartimos algunos consejos para fortalecer nuestra relación como familia católica durante las vacaciones.
Primeramente, no nos olvidemos que nuestra fe no se toma vacaciones. Entonces, es importante el asistir a la misa dominical y si estamos en algún lugar lejos de nuestra casa de vacaciones, podemos buscar en el Internet los horarios de las iglesias que estén en el lugar que está visitando la página masstimes.org.
Durante el verano frecuentemente está la tentación de apoyarnos demasiado en la tecnología como niñeros, dejando que nuestros hijos pasen demasiado tiempo enfrente de la televisión, los juegos electrónicos, las tabletas o teléfonos celulares. Planifiquemos el tiempo que permitiremos que ellos usen la tecnología cada día y busquemos otras actividades sanas para llenar el tiempo vacío, y también tengamos cuidado de poner filtros para qué nuestros hijos no estén expuestos a programas inapropiados, violencia o pornografía.
Qué bonito sería también poder tener una reunión de familia y planificar juntos las cosas que vamos hacer y los lugares que podemos visitar como, por ejemplo:
Una visita a un lago, o a la playa,
ir a visitar algún familiar o
hacer un picnic con alguna otra familia en un parque donde se pueden practicar deportes y juegos al aire libre,
visitar un museo de ciencias, artes, tecnología y
hacer un peregrinaje a algún santuario o lugar de devoción del área donde vives.
Cada vez más las ciudades están diseñando lugares especiales donde podemos llevar las bicicletas y podría programar tal vez una o dos veces a la semana ir a pasear juntos y hacer ejercicio.
También es importante que nuestros hijos puedan experimentar diferentes actividades como deportes, arte y música para encontrar sus habilidades y talentos. Hay muchos clubes de deportes en nuestras comunidades y también en el YMCA dónde podemos registrarlos para que vayan probando diferentes cosas hasta que encuentren lo que realmente les apasiona. Lo importante es que por lo menos estén en una actividad de deportes o artes que no estén simplemente en la casa sin hacer nada enfrente de monitor.
Otro consejo es de cuidar la tradición de compartir alrededor de la mesa. En nuestro hogar tratamos de tener una cena familiar todos los días y por lo menos una noche a la semana tener nuestra cena oficial de familia, donde nos reunimos alrededor de la mesa, rezamos juntos y cada uno nos turnamos yendo alrededor de la mesa compartiendo algo por lo que estamos agradecidos a Dios en nuestras vidas.
Una vez a la semana también puede tener una noche de película en el hogar donde escogen una película preferentemente que tenga un mensaje positivo y pueden verla juntos en familia y hacer algo bonito como tal vez tener unos helados después de la película.
También no nos olvidemos de ayudar o visitar algún familiar o amistad que esté pasando por un momento de tristeza o enfermedad. Enseñemos a nuestros hijos de la importancia del servicio y ser generosos con nuestro tiempo, talento y tesoro.
Finalmente, la familia que reza unida permanece unida, practiquemos esta frase diariamente en nuestros hogares y el señor nos bendecirá abundantemente. En nuestro hogar tenemos la tradición de rezar el Rosario familiar todas las noches a las 9 pm. Es bonito momento para orar juntos por nuestras necesidades y un hábito que nos lleva a la santidad.
A final de nuestros días nuestros hijos no se recordarán de cuantas cosas materiales acumulamos si no los recuerdos de momentos hermosos que pasamos juntos en familia.
Silvio Cuéllar es músico pastoral, compositor, periodista y conferencista en temas de liturgia, vida y familia. Sirve como coordinador diocesano de la Oficina del Ministerio Hispano de la Diócesis de Providence, Rhode Island, Editor Asociado del periódico El Católico de Rhode Island y director de música en la parroquia San Patricio en Providence, donde dirige coros en inglés y español.
El Día después de la Boda sucede que abres los ojos, respiras profundo, te detienes a pensar y puedes llegas a preguntarte ¿Qué hice? Esta pregunta puede surgir muchas veces a lo largo de la vida matrimonial, te has embarcado en uno de los retos más grandes de tu vida; por un lado es una fuente constante de aprendizaje y crecimiento donde vivirás las más grandes experiencias de la vida. El matrimonio cristiano es un sacramento, no se sostiene solo con la voluntad de los contrayentes, es un misterio en donde también se encuentra Dios dándonos su gracia.
En nuestra experiencia como Matrimonio Creyente y como Coaches Profesionales, hemos experimentado en carne propia como venimos al matrimonio con nuestras cosas buenas, pero también con nuestras limitaciones, desde los ojos de la Fe esto nos abre una gran oportunidad para aprender a Amar, venimos al matrimonio “Perfectamente Imperfectos” con una larga vida por construir. Las limitaciones del otro no son un problema sino una gran oportunidad, en un lenguaje católico diríamos que son una fuente de santificación, como dice el Papa Francisco: La “Santidad de la Puerta de al Lado”, de aquellos que viven cerca de nosotros (cfr:GE.7); en el hogar tenemos el lugar perfecto para conocernos a nosotros mismos y conocer a los demás, un camino de humildad donde aparece lo que somos, por eso es tan importante la Visión de Esperanza del Creyente para sembrar cada día nuevas semillas de servicio, de buenas palabras, de comunicación, de paciencia, entrega, de pequeñas y grandes decisiones que hacemos buscando el bien común y el bien del otro. ¿Qué hice al casarme por la Iglesia?.. Elegiste hacer el bien: Seguiste el llamado de Dios para llegar a Ser la Mejor Persona posible, elegiste el Camino de la Santidad de la mano de alguien muy especial en tu vida. Porque definitivamente, esta carrera es de tiempo y paciencia, de largo alcance, cuando menos te imaginas tus imperfecciones son un gran reto que hace crecer la paciencia. Y por otro lado, también te toca recibir las consecuencias de las imperfecciones de tu pareja. Así que nadie queda excluido en cuanto a esto.
Todos pasamos por este camino hacia la santidad como matrimonio. La pregunta es como desea nuestro corazón vivir esta experiencia: con la queja de “No sé que hice al casarme”… O Pasar de la queja a la aceptación de las imperfecciones mutuas para mirarlas con amor, paciencia y esperanza, hasta que la muerte nos separe. No hay medias tintas en mi elección diaria: pensar que mi matrimonio es insoportable y una desgracia o decido amar entregando el corazón y elijo sentirme amado dando gracias Dios por mi Matrimonio “Perfectamente Imperfecto”.
Con este título, vamos a sacar de primer plano lo que todo el mundo está pensando, nuestra intimidad sexual. Claro que nuestra intimidad sexual es sagrada y la debemos guardar como lo que es, un Don de Dios, que embellece el encuentro de los esposos. El papa Francisco nos dice, “Entonces, de ninguna manera podemos entender la dimensión erótica del amor como un mal permitido o como un peso a tolerar por el bien de la familia, sino como don de Dios que embellece el encuentro de los esposos.”[1]
Claro que desde la luna de miel depende gran parte el futuro matrimonial, en el comienzo puede ser agradable o desagradable. Dependiendo de la capacidad de la madurez de la relación. Se vive con intensidad la novedad del momento sin olvidar la responsabilidad que contraíamos. Desde antes de nuestro matrimonio tomamos la decisión de usar el método natural, “el ritmo.” Fue un compromiso que se hizo a conciencia, que nos trajo mucha felicidad y paz. Hoy damos testimonio que eso nos unió mucho como pareja, donde hubo mucho dialogo para postergar las relaciones sexuales para luego. “El papa nos ensena que “… sin embargo enseño (San Pablo) que la sexualidad debe ser una cuestión de conversación entre los conyugues: planteo la posibilidad de postergar las relaciones sexuales por un tiempo, pero de común acuerdo.”[2]
Para que el acto sexual entre esposos sea sano, natural y bueno se requiere de una comunión total y una disciplina que excluya el capricho y la sumisión. “La sexualidad esta de modo inseparable al servicio de esa amistad conyugal, porque se orienta a procurar que el otro viva en plenitud.”[3]
Todo acto sexual debe contar con un ambiente ameno, apacible, afectivo, honesto, claro, sincero y amoroso, solo así podemos llegar a la puerta de la felicidad y de una verdadera comunicación.
Como pareja debemos ser creativos para embellecer la relación. Siempre buscando puntos de apoyo corporales y espirituales para que el crecimiento de la relación sexual sea duradero y exclusivo. Ambos trabajamos en el bien de la fidelidad y la entrega total. Ninguno de los dos debe” renunciar a toda necesidad personal y solo se preocupa por hacer el bien al otro sin satisfacción alguna. Recordemos que un verdadero amor sabe también recibir del otro…” [4]
Es aquí donde se encuentra el gran secreto de la delicadeza, “Quien quiere dar amor, debe a su vez recibirlo como don.”[5] Hay que encontrar el equilibrio humano para seguir viviendo y creciendo en el amor. Cada donación mutua debe contribuir a la confianza, trayendo seguridad a la reciprocidad, a la comunión y a lo más importante el amor.
Desde pequeños vamos desarrollando la tendencia a poseer y comenzamos con cosas simples como juguetes, plato o cuchara favorita, cama, silla, etc. El lenguaje común que utilizamos es: “mi pelota”, mi carrito”, “mi plato” e incluso decimos “mi papá”, “mi mamá”.
De manera que conforme vamos creciendo no solo la tendencia sigue, sino que ahora con mayor conciencia buscamos poseer más y más cosas: autos, casa, joyas, muebles, etc. Incluso llegamos a marcar un territorio y decimos: “por favor no invadas mi espacio”.
Cuando iniciamos una relación, naturalmente esta costumbre continúa, ya que igualmente nuestra pareja creció de la misma forma y aquello es un continuo tuyo y mío. Por esta razón, cuando la relación se formaliza y deciden llevarla a los altares, muchos son los casos en los que se realizan arreglos prenupciales para proteger las propiedades previas al matrimonio, (En algunos países, existe el régimen de bienes separados); otros son aquellos que se fundan más bien por intereses económicos y se pudiera decir que, más que unión sacramental, son sociedades financieras.
Ciertamente, en unos casos más que en otros, la costumbre en la relación matrimonial es referirse igualmente con el lenguaje que indica propiedad: “mi trabajo”, “tu dinero”, “tu casa”, “mi carro”, “tu familia”, etc.
Está forma de relacionarse tiene un alto porcentaje de fracasar cuando alguno de los bienes empieza a perderse ya que, en una gran cantidad de situaciones donde las finanzas decaen, la pareja termina separándose antes que perder también lo que es propio.
En 44 años que tenemos de matrimonio, “Erika y yo” aprendimos que el “Tú” y “Yo” o “Tuyo” y “Mío”, no era el mejor camino para llevar nuestra relación: además de provocar envidia, creaba molestia cuando una ó otra cosa se dañaba o perdía; poco a poco fuimos cambiando nuestra forma de referirnos a las cosas, ya que la fuerza de la costumbre es impresionantemente difícil de erradicar de la noche a la mañana. Así fue como gracias a que fuimos viendo que nuestra relación mejoraba cada día, perseveramos en el cambio que nos propusimos y así hemos logrado hasta ahora tener una hermosa, pacífica y feliz relación durante todos estos años.
El punto de partida para comprender que en el matrimonio la palabra clave es “NOSOTROS” o “NUESTRO”, lo encontramos en las Sagradas Escrituras en el libro del Génesis 2, 24: “Por eso el hombre deja a su padre y a su madre y se une a su mujer, y los dos llegan a ser una sola carne”. Por lo tanto, dejan de ser un él y ella para convertirse en una sola carne, en un “NOSOTROS”.
El amor se vive en los pequeños detalles. Detalles en el diccionario tiene una amplia definición, pero en el contexto de la familia y en las relaciones matrimoniales me voy a referir a ellos como un gesto amable o cortes. Tener detalles es mostrar respeto o cariño.
Para muchos puede que no tengan la más mínima importancia y para otros son considerados como esenciales para una vida matrimonial feliz. Los signos muchas veces hablan con más significado que las palabras. Una sonrisa oportuna, una caricia amorosa, un saludo afectuoso y un detalle cariñoso pueden contribuir a que las relaciones sean agradables y apacibles.
Tenemos que trabajar para que nuestro matrimonio y nuestra familia lleguen a ser un campo de fraternidad y de regocijo; vale la pena el autoevaluarse en este aspecto de los detalles en una vida matrimonial y familiar.
Dejar y renunciar a los prejuicios, a la soberbia, a los celos, a la negligencia y decidirse a trabajar por el bien común de todos en la familia vale la pena. Necesitamos trabajar constantemente por el otro para que en el día de mañana nos encontremos más cercanos.
Trabajar por el otro es trabajar por un futuro, por nuestra tranquilidad y nuestra realización.
La mujer interpreta los acontecimientos afectuosos como expresiones impregnadas de amor. En nuestra familia ella estaba rodeada de hombres. Experimentaba la felicidad cuando se sacaba la basura sin ella tener que decir una palabra; su cara resplandecía. La pareja saca mayor provecho de acciones y palabras afectuosas, o de un signo de amor, que, de un discurso rico en contenido, pero vacío de comprensión.
En el matrimonio, cada día sirve para el nacimiento de nuevas vías de comunicación. Gastate en crear cuidadosas atenciones y detalles para esa esposa y madre que te acompaña y no olvidemos esa expresión que dice, “un detalle vale más que mil palabras”. No te canses de dar detalles, no te canses de defender el amor de la familia, con ellos estas conservando los valores y eternizando el amor.
El que da con generosidad recibe el doble con amor. En Amoris Laetitia el Papa Francisco nos dice “…El que es tacaño consigo mismo, ¿con quién será generoso? […] Nadie peor que el avaro consigo mismo” (Si 14,5-6)[1].
También nos dice el Papa, “Pero el mismo santo Tomas de Aquino ha explicado que pertenece más a la caridad querer amar que querer ser amado y que, de hecho, las madres, que son las que más aman, buscan más amar que ser amadas.”[2]
Los detalles no cuestan nada, hay que desprenderse, poner al otro primero, porque el amor nos hace llegar y buscar en el más allá. Nuestros matrimonios se van construyendo en los pequeños detalles del diario vivir, donde cada día se vive el resultado de cada uno de ellos, el cual lo recibimos con amor y así llevando nuestra vida con felicidad.
Nuestro matrimonio ha sido un largo camino de aprendizaje, con equivocaciones que nos llevan a un nuevo comenzar, donde no nos damos por vencido, porque vale la pena la lucha de lo aprendido.
El amor se vive en los pequeños detalles. Hay que ver lo importante que puede ser un detalle… ¡Haz algún acto importante por el o por ella! Recuerda que los detalles son importantes no por un solo día, no solo para una persona de la familia sino para cada miembro de ella, que es merecedor o merecedora de recibir pequeños detalles como muestra de nuestro amor. Los detalles son importantes y hacen la diferencia.
El Papa Juan Pablo II en su Exhortación Apostólica Familiaris Consortio (65) nos dice que ayudar a las parejas es “acompañarles en su caminar a través de las diversas etapas de su formación y desarrollo”.
Las Ciencias Sociales y la experiencia nos enseñan que tanto las personas como los matrimonios, desde su mismo inicio, pasan por fases de crecimiento que son predecibles.
Crecemos cuando adquirimos nuevas formas de ver la vida, de entender, de relacionarnos, de comunicarnos, de tomar decisiones, y de actuar dentro de la experiencia matrimonial y familiar. Cuando un miembro de la pareja o de la familia crece, la pareja como tal se ve retada a hacer ajustes en su relación que correspondan a las nuevas circunstancias y necesidades de cada persona y de la pareja o la familia en general.
El crecimiento dentro del matrimonio y de la familia conlleva un período inicial llamado crisis. La palabra crisis se asocia con las palabras reto, cambio, desbalance, inestabilidad. La crisis es una oportunidad de crecimiento pero puede ser también una ocasión de estancamiento y de deterioro en las relaciones matrimoniales y en las relaciones familiares.
Algunas crisis son esperadas o predecibles, pero su magnitud o impacto no es igual en cada pareja. Muchos factores individuales y sociales intervienen para facilitar o para entorpecer los cambios necesarios en el procesos de crecimiento. Entre los factores personales que pueden entorpecer la resolución de una crisis matrimonial están las dificultades psicológicas tales como depresión, inmadurez emocional, alcoholismo o tendencias obsesivas en uno de los miembros de la pareja. De modo similar, entre las situaciones sociales que pueden influir pero no necesariamente entorpecer podemos anotar el no tener vivienda propia y tener que vivir agregado en casa de un familiar, o el que uno de los miembros de la pareja tenga que añadir horas extras de trabajo para poder cubrir los gastos básicos semanales.
Además de las crisis predecibles a veces surgen crisis no esperadas, cuyo impacto puede ser enorme. Tal es el caso, para los padres, de la muerte de un hijo, o para la familia, la separación de la pareja, la aparición de una enfermedad terminal a temprana edad, la pérdida del trabajo cuando hay un solo proveedor en la familia, y la migración con el consiguiente periodo de ajuste y aculturación a las nuevas condiciones de vida.
Ante la crisis la pareja y la familia están llamadas a ejercer el poder creativo que Dios puso en sus manos, para que cuide del amor y de la vida (Véase, Familiaris Consortio, 17). Este cuidado, dicen los sociólogos, implica cuatro tareas: regenerar la especie humana a través de la reproducción, introducir a los nuevos miembros de la familia en la comunidad étnica y cultural a la cual pertenecen los padres, cubrir las necesidades básicas (tanto fisiológicas como psicológicas) para que cada persona pueda desarrollar sus capacidades, y formar miembros maduros, productivos y solidarios de la sociedad (Winch, 1977). Para poder llevar a cabo estas tareas el matrimonio y la familia necesitan estar en una continua relación e intercambio con el grupo comunitario al que pertenecen (Bronfenbrenner, 1986). Esta relación entre el matrimonio y la familia con la comunidad en que vive debe ser recíproca, donde ambas partes se articulen la una con la otra y se reconozcan y apoyen mutuamente.
Ahora bien, según datos del Censo del año 2000, el 40% de los hispanos residentes en los Estados Unidos nacieron en un país Latino Americano. Esto significa que casi la mitad de los Hispanos han dejado atrás sus comunidades de origen y con ellas, la fuente de su cultura, su ambiente vital, su contexto humano emotivo, económico, social y hasta eclesial. Por eso, a la desorientación inicial normal que sufren los inmigrantes, se une la confusión que acarrea las diferencias de idioma, valores, costumbres, formas de relacionarse, etc., así como la urgente necesidad de cubrir las necesidades vitales de empleo, vivienda, abrigo, salud, escuela para los hijos, y la falta de guía práctica en la comunidad que ayude a sortear estas dificultades con prudencia y caridad.
Esta situación representa por tanto una crisis que puede llevar a un proceso de crecimiento o acarrear graves dificultades para la pareja y la familia. Cuando revisamos los estudios científicos llevados a cabo con los matrimonios y con las familias inmigrantes hispanas vemos que el proceso de transición cultural que sigue al momento de la migración conlleva que la propia identidad de la persona sea puesta a prueba, y que se creen interrupciones, estancamientos, retrocesos, deterioros y reacciones negativas dentro de las dinámicas de crecimiento psico-social y de madurez no sólo en los individuos sino, sobre todo, en los matrimonios migrantes y sus familias.
En la Exhortación Apostólica Familiaris Consortio (77) el Papa Juan Pablo II desea que las familias de emigrantes puedan “tener la posibilidad de encontrar siempre en la Iglesia su patria”, donde sean asistidas en su propio idioma y cultura. De ahí que “Por tu Matrimonio” tiene un espacio especial para acompañar y sostener a los matrimonios y las familias inmigrantes hispanas en transición cultural. Las historietas ilustradas que podrán apreciar a continuación desean mostrar esta problemática y dar a las parejas que se encuentran en este proceso de crisis por la migración, luces para que puedan seguir un camino de crecimiento y superación, más allá y a través de las dificultades.
Nina y Eddy llevaban varios años viviendo en los Estados Unidos pero sus problemas de adaptación no habían terminado. Eddy le echaba la culpa a “este país” y a que su mujer “se le quería salir del corral”. Nina culpaba la tozudez de su esposo y continuamente le decía “tú no acabas de pasar la frontera”. Las dificultades eran de todo tipo pero se agudizaban alrededor del deseo de su esposa de aprender ingles, estudiar computadoras y educar a los hijos “como si fueran americanos”.
Eddy continuamente le recordaba a Nina que ellos no habían venido a los Estados Unidos a hacerse americanos sino a “juntar unos pesos y regresar”. Nina le hacía ver que “mientras estés aquí tienes que aprovechar lo que este país ofrece”. Cuando se trataba de la educación de los hijos las diferencias entre ellos eran aún mayor. Eddy se resistía a que sus hijos hablaran inglés entre ellos “porque yo no entiendo lo que se están diciendo”; peleaba cuando los muchachos iban después de la escuela a hacer actividades deportivas, o culturales, o sencillamente de entretenimiento con sus compañeros de la escuela. Cuando alguno de los hijos tenía el valor de traer un compañero o compañera de escuela a la casa él se esforzaba más en hablarle en español a los hijos.
Nina asistía a las clases de inglés de la parroquia, iba a la escuela a actividades para los padres, y se sentaba con ellos a hacer las tareas escolares para aprender con ellos, más que para supervisar. Los niños y ella se llevaban muy bien pero le tenían miedo al papa por sus actitudes tan extremas.
Cuando el mayor de los hijos se iba a graduar de Octavo Grado la consejera de la escuela llamó a ambos padres para explicarles las posibilidades que su hijo tenía, gracias a su buen promedio académico. Nina insistió para que Eddy estuviera presente. Cuando llegaron él se llevo tremenda sorpresa al ser saludado en español y oír los elogios que la consejera hacía de todos sus hijos. “Necesito felicitarles a ustedes, porque no siempre nos encontramos con padres que apoyen la educación de sus hijos y se mantengan al tanto de sus progresos”. Eddy bajó los ojos y el resto de la tarde estuvo pensando.
Cuando llegaron a la casa, Eddy invitó a Nina a dar una vuelta para conversar. Y hablaron, discutieron, conversaron y finalmente fueron capaces de ponerse de acuerdo en algo: la familia estaba por encima de todo. Ellos eran los responsables de mantener la familia en sus países de origen o en los Estados Unidos. La vida y el crecimiento de todos y de cada uno de ellos no podía detenerse. Juntos debían rehacer la unidad familiar adaptándose a nuevos parámetros para responder a las necesidades de crecimiento de cada uno de ellos. Día a día la comunicación que había entre ellos, antes de la migración, volvió a restablecerse y las discusiones fueron disminuyéndose. Todos crecían teniendo en cuenta una realidad: su aquí y su ahora.