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El Amor es una Decisión más que un Sentimiento

Por Silvio Cuellar

Este mes celebramos el día del amor y amistad, y ya desde los primeros días de enero las tiendas se cubrían de rojo, con flores, chocolates para la enamorada o el enamorado. La realidad es que más de la mitad de los matrimonios hoy terminan en divorcios.

Quisiera compartir con nuestros lectores algunas estrategias que he aprendido en 20 años de estudio sobre temas familiares y casi 28 años de vida matrimonial.

  1. El primer paso para un matrimonio duradero, y exitoso es obviamente tener una buena Preparación Matrimonial. Lamentablemente muchas parejas de novios ponen más énfasis en la fiesta, el viaje que en conocerse lo suficiente y planificar las cosas importantes que determinarán el éxito o no de la pareja, como las metas personales y planes de pareja, las finanzas, la cantidad de hijos, la educación de ellos, y la fe. Dice una experta en relaciones que para que una pareja se conozca lo suficiente y su amor sea probado antes de casarse debe pasar por lo menos por cuatro estaciones: primavera, verano, otoño e invierno. En otras palabras, la relación de noviazgo debe como mínimo durar un año o más.
  2. El segundo paso es que la pareja comparta la Fe. Cuando de novios no se le da mucha importancia en muchos casos a la práctica de la religión y la vivencia de la Fe, pero cuando llegan los niños y las madres comienzan a ponerlos en el catecismo y llegar más frecuente a la Iglesia; frecuentemente el esposo se queda en casa y eso va acumulando tensión y hasta resentimiento que puede llevar al enfriamiento de la relación. Los barcos comienzan a viajar en direcciones opuestas, y obviamente en algún momento llegarán a destinos diferentes.
  3. El tercer paso o estrategia, es tener una comunicación activa. Quiere decir que los esposos aprendan a dialogar y expresar sus sentimientos sin ofenderse, expresar sus ideas y buscar un punto de encuentro o de acuerdo sin tratar siempre de imponerse sino más bien aprender a negociar y llegar a un acuerdo que no necesariamente será lo que yo quiera o lo que mi cónyuge quiera, sino que podrá ser una tercera opción.
  4. El cuarto paso es reconocer que necesitamos dejar que Dios nos cambie a nosotros mismos y adaptarnos a nuestra pareja para llegar a tener unidad y santidad. Cada uno de nosotros traemos cualidades y defectos que hemos ido heredando de generación en generación (bendiciones y maldiciones), entonces debemos reconocer nuestras debilidades para corregir nuestros defectos e identificar nuestras fortalezas para desarrollar nuestras virtudes y no quedarnos en la mediocridad. Personas que dicen “Así soy yo y así me tienen que aguantar”, normalmente llevan al fracaso de su familia.
  5. Un quinto paso es reconocer cuando me he equivocado y pedir perdón. Recientemente tuve un día de frustración y en la mañana al desayunar traté rudamente a mi esposa frente a uno de mis hijos adolescentes y me fui sin despedirme. Me sentí bastante mal después porque herí los sentimientos de mi esposa por algo que tal vez podríamos haber dialogado calmadamente. La llamé más tarde para pedirle perdón y reconocí mi error. Ella con mucha paciencia y sabiduría me dijo: “¿Cómo te sentirías después si hubiera tenido un accidente y el Señor me hubiera llamado y lo último que me dijiste fue un reproche?”. Y aún peor, “¿Qué clase de lección le estás dejando a nuestro hijo sobre cómo un esposo debe tratar a su esposa?”

Esas palabras de mucha sabiduría me hicieron recapacitar mucho y recordar que siempre estamos enseñando a nuestros hijos, más con nuestras acciones que con nuestras palabras y que ese día no fui un buen maestro. Lo triste es que muchas parejas se comportan de esta manera, todos los días y nunca piden perdón o dialogan sin ofenderse, entonces se van distanciando y los hijos también aprenden a comportarse de la misma manera. Recordemos, el amor es una decisión diaria, más que un sentimiento.

 

Silvio Cuéllar es músico pastoral, compositor, periodista y conferencista en temas de liturgia, vida y familia. Sirve como coordinador diocesano de la Oficina del Ministerio Hispano de la Diócesis de Providence, Rhode Island, Editor Asociado del periódico El Católico de Rhode Island y director de música en la parroquia Holy Spirit en Central Falls, RI, donde dirige coros en inglés y español.

 

Usado con permiso, este artículo fue publicado en El Católico de Rhode Island en febrero del 2022.

 

Nuestra Intimidad nos Pertenece

Con este título, vamos a sacar de primer plano lo que todo el mundo está pensando, nuestra intimidad sexual. Claro que nuestra intimidad sexual es sagrada y la debemos guardar como lo que es, un Don de Dios, que embellece el encuentro de los esposos. El papa Francisco nos dice, “Entonces, de ninguna manera podemos entender la dimensión erótica del amor como un mal permitido o como un peso a tolerar por el bien de la familia, sino como don de Dios que embellece el encuentro de los esposos.”[1]

Claro que desde la luna de miel depende gran parte el futuro matrimonial, en el comienzo puede ser agradable o desagradable. Dependiendo de la capacidad de la madurez de la relación. Se vive con intensidad la novedad del momento sin olvidar la responsabilidad que contraíamos. Desde antes de nuestro matrimonio tomamos la decisión de usar el método natural, “el ritmo.” Fue un compromiso que se hizo a conciencia, que nos trajo mucha felicidad y paz. Hoy damos testimonio que eso nos unió mucho como pareja, donde hubo mucho dialogo para postergar las relaciones sexuales para luego. “El papa nos ensena que “… sin embargo enseño (San Pablo) que la sexualidad debe ser una cuestión de conversación entre los conyugues: planteo la posibilidad de postergar las relaciones sexuales por un tiempo, pero de común acuerdo.”[2]

Para que el acto sexual entre esposos sea sano, natural y bueno se requiere de una comunión total y una disciplina que excluya el capricho y la sumisión. “La sexualidad esta de modo inseparable al servicio de esa amistad conyugal, porque se orienta a procurar que el otro viva en plenitud.”[3]

Todo acto sexual debe contar con un ambiente ameno, apacible, afectivo, honesto, claro, sincero y amoroso, solo así podemos llegar a la puerta de la felicidad y de una verdadera comunicación.

Como pareja debemos ser creativos para embellecer la relación. Siempre buscando puntos de apoyo corporales y espirituales para que el crecimiento de la relación sexual sea duradero y exclusivo. Ambos trabajamos en el bien de la fidelidad y la entrega total. Ninguno de los dos debe” renunciar a toda necesidad personal y solo se preocupa por hacer el bien al otro sin satisfacción alguna. Recordemos que un verdadero amor sabe también recibir del otro…” [4]

Es aquí donde se encuentra el gran secreto de la delicadeza, “Quien quiere dar amor, debe a su vez recibirlo como don.”[5] Hay que encontrar el equilibrio humano para seguir viviendo y creciendo en el amor. Cada donación mutua debe contribuir a la confianza, trayendo seguridad a la reciprocidad, a la comunión y a lo más importante el amor.

Autores: Olga y Ramon Tapia

 

[1] Amoris Laetitia 152.

[2] Amoris Laetitia 154 and 1 Corintios 7,5.

[3] Amoris Laetitia 156.

[4] Amoris Laetitia 157.

[5] Ibid.

¿“TU o YO”?

Desde pequeños vamos desarrollando la tendencia a poseer y comenzamos con cosas simples como juguetes, plato o cuchara favorita, cama, silla, etc. El lenguaje común que utilizamos es: “mi pelota”, mi carrito”, “mi plato” e incluso decimos “mi papá”, “mi mamá”.

De manera que conforme vamos creciendo no solo la tendencia sigue, sino que ahora con mayor conciencia buscamos poseer más y más cosas: autos, casa, joyas, muebles, etc. Incluso llegamos a marcar un territorio y decimos: “por favor no invadas mi espacio”.

Cuando iniciamos una relación, naturalmente esta costumbre continúa, ya que igualmente nuestra pareja creció de la misma forma y aquello es un continuo tuyo y mío. Por esta razón, cuando la relación se formaliza y deciden llevarla a los altares, muchos son los casos en los que se realizan arreglos prenupciales para proteger las propiedades previas al matrimonio, (En algunos países, existe el régimen de bienes separados); otros son aquellos que se fundan más bien por intereses económicos y se pudiera decir que, más que unión sacramental, son sociedades financieras.

Ciertamente, en unos casos más que en otros, la costumbre en la relación matrimonial es referirse igualmente con el lenguaje que indica propiedad: “mi trabajo”, “tu dinero”, “tu casa”, “mi carro”, “tu familia”, etc.

Está forma de relacionarse tiene un alto porcentaje de fracasar cuando alguno de los bienes empieza a perderse ya que, en una gran cantidad de situaciones donde las finanzas decaen, la pareja termina separándose antes que perder también lo que es propio.

En 44 años que tenemos de matrimonio, “Erika y yo” aprendimos que el “Tú” y “Yo” o “Tuyo” y “Mío”, no era el mejor camino para llevar nuestra relación: además de provocar envidia, creaba molestia cuando una ó otra cosa se dañaba o perdía; poco a poco fuimos cambiando nuestra forma de referirnos a las cosas, ya que la fuerza de la costumbre es impresionantemente difícil de erradicar de la noche a la mañana. Así fue como gracias a que fuimos viendo que nuestra relación mejoraba cada día, perseveramos en el cambio que nos propusimos y así hemos logrado hasta ahora tener una hermosa, pacífica y feliz relación durante todos estos años.

El punto de partida para comprender que en el matrimonio la palabra clave es “NOSOTROS” o “NUESTRO”, lo encontramos en las Sagradas Escrituras en el libro del Génesis 2, 24: “Por eso el hombre deja a su padre y a su madre y se une a su mujer, y los dos llegan a ser una sola carne”. Por lo tanto, dejan de ser un él y ella para convertirse en una sola carne, en un “NOSOTROS”.

 

Autor: Jose Luis Romero

Detalles y Mas Detalles

El amor se vive en los pequeños detalles. Detalles en el diccionario tiene una amplia definición, pero en el contexto de la familia y en las relaciones matrimoniales me voy a referir a ellos como un gesto amable o cortes. Tener detalles es mostrar respeto o cariño.

Para muchos puede que no tengan la más mínima importancia y para otros son considerados como esenciales para una vida matrimonial feliz. Los signos muchas veces hablan con más significado que las palabras. Una sonrisa oportuna, una caricia amorosa, un saludo afectuoso y un detalle cariñoso pueden contribuir a que las relaciones sean agradables y apacibles.

Tenemos que trabajar para que nuestro matrimonio y nuestra familia lleguen a ser un campo de fraternidad y de regocijo; vale la pena el autoevaluarse en este aspecto de los detalles en una vida matrimonial y familiar.

Dejar y renunciar a los prejuicios, a la soberbia, a los celos, a la negligencia y decidirse a trabajar por el bien común de todos en la familia vale la pena. Necesitamos trabajar constantemente por el otro para que en el día de mañana nos encontremos más cercanos.

Trabajar por el otro es trabajar por un futuro, por nuestra tranquilidad y nuestra realización.

La mujer interpreta los acontecimientos afectuosos como expresiones impregnadas de amor. En nuestra familia ella estaba rodeada de hombres. Experimentaba la felicidad cuando se sacaba la basura sin ella tener que decir una palabra; su cara resplandecía. La pareja saca mayor provecho de acciones y palabras afectuosas, o de un signo de amor, que, de un discurso rico en contenido, pero vacío de comprensión.

En el matrimonio, cada día sirve para el nacimiento de nuevas vías de comunicación. Gastate en crear cuidadosas atenciones y detalles para esa esposa y madre que te acompaña y no olvidemos esa expresión que dice, “un detalle vale más que mil palabras”. No te canses de dar detalles, no te canses de defender el amor de la familia, con ellos estas conservando los valores y eternizando el amor.

El que da con generosidad recibe el doble con amor. En Amoris Laetitia el Papa Francisco nos dice “…El que es tacaño consigo mismo, ¿con quién será generoso? […] Nadie peor que el avaro consigo mismo” (Si 14,5-6)[1].

También nos dice el Papa, “Pero el mismo santo Tomas de Aquino ha explicado que pertenece más a la caridad querer amar que querer ser amado y que, de hecho, las madres, que son las que más aman, buscan más amar que ser amadas.”[2]

Los detalles no cuestan nada, hay que desprenderse, poner al otro primero, porque el amor nos hace llegar y buscar en el más allá. Nuestros matrimonios se van construyendo en los pequeños detalles del diario vivir, donde cada día se vive el resultado de cada uno de ellos, el cual lo recibimos con amor y así llevando nuestra vida con felicidad.

Nuestro matrimonio ha sido un largo camino de aprendizaje, con equivocaciones que nos llevan a un nuevo comenzar, donde no nos damos por vencido, porque vale la pena la lucha de lo aprendido.

El amor se vive en los pequeños detalles. Hay que ver lo importante que puede ser un detalle…  ¡Haz algún acto importante por el o por ella!   Recuerda que los detalles son importantes no por un solo día, no solo para una persona de la familia sino para cada miembro de ella, que es merecedor o merecedora de recibir pequeños detalles como muestra de nuestro amor. Los detalles son importantes y hacen la diferencia.

Autores: Olga y Ramon Tapia

 

[1] Amoris Laetitia 101.

[2] Ibid 102.

Historias con un final feliz

Acompañando y Sosteniendo
Dr. Gelasia Márquez

El Papa Juan Pablo II en su Exhortación Apostólica Familiaris Consortio (65) nos dice que ayudar a las parejas es “acompañarles en su caminar a través de las diversas etapas de su formación y desarrollo”.

Las Ciencias Sociales y la experiencia nos enseñan que tanto las personas como los matrimonios, desde su mismo inicio, pasan por fases de crecimiento que son predecibles.

Crecemos cuando adquirimos nuevas formas de ver la vida, de entender, de relacionarnos, de comunicarnos, de tomar decisiones, y de actuar dentro de la experiencia matrimonial y familiar. Cuando un miembro de la pareja o de la familia crece, la pareja como tal se ve retada a hacer ajustes en su relación que correspondan a las nuevas circunstancias y necesidades de cada persona y de la pareja o la familia en general.

El crecimiento dentro del matrimonio y de la familia conlleva un período inicial llamado crisis. La palabra crisis se asocia con las palabras reto, cambio, desbalance, inestabilidad. La crisis es una oportunidad de crecimiento pero puede ser también una ocasión de estancamiento y de deterioro en las relaciones matrimoniales y en las relaciones familiares.

Algunas crisis son esperadas o predecibles, pero su magnitud o impacto no es igual en cada pareja. Muchos factores individuales y sociales intervienen para  facilitar o para entorpecer los cambios necesarios en el procesos de crecimiento. Entre los factores personales que pueden entorpecer la resolución de una crisis matrimonial están las dificultades psicológicas tales como depresión, inmadurez emocional, alcoholismo o tendencias obsesivas en uno de los miembros de la pareja. De modo similar, entre las situaciones sociales que pueden influir pero no necesariamente entorpecer podemos anotar el no tener vivienda propia y tener que vivir agregado en casa de un familiar, o el que uno de los miembros de la pareja  tenga que añadir horas extras de trabajo para poder cubrir los gastos básicos semanales.

Además de las crisis predecibles a veces surgen crisis no esperadas, cuyo impacto puede ser enorme. Tal es el caso, para los padres, de la muerte de un hijo, o para la familia, la separación  de la pareja, la aparición de una enfermedad terminal a temprana edad, la pérdida del trabajo cuando hay un solo proveedor en la familia, y la migración con el consiguiente periodo de ajuste y aculturación a las nuevas condiciones de vida.

Ante la crisis la pareja y la familia  están llamadas a ejercer el poder creativo que Dios puso en sus manos, para que cuide del amor y de la vida (Véase, Familiaris Consortio, 17). Este cuidado, dicen los sociólogos, implica cuatro tareas: regenerar la especie humana a través de la reproducción, introducir a los nuevos miembros de la familia en la comunidad étnica y cultural a la cual pertenecen los padres, cubrir las necesidades básicas (tanto fisiológicas como psicológicas) para que cada persona pueda desarrollar sus capacidades, y formar miembros maduros, productivos y solidarios de la sociedad (Winch, 1977). Para poder llevar a cabo estas tareas el matrimonio y la familia necesitan estar en una continua relación e intercambio con el grupo comunitario al que pertenecen (Bronfenbrenner, 1986). Esta relación entre el matrimonio y la familia con la comunidad en que vive debe ser recíproca, donde ambas partes se articulen la una con la otra y se reconozcan y apoyen mutuamente.

Ahora bien, según datos del Censo del año 2000, el 40% de los hispanos residentes en los Estados Unidos nacieron en un país Latino Americano. Esto significa que casi la mitad de los Hispanos han dejado atrás sus comunidades de origen y con ellas, la fuente de su cultura, su ambiente vital, su contexto humano emotivo, económico, social y hasta eclesial. Por eso, a la desorientación inicial normal que sufren los inmigrantes, se une la confusión que acarrea las diferencias de idioma, valores, costumbres, formas de relacionarse, etc., así como la urgente necesidad de cubrir las necesidades vitales de empleo, vivienda, abrigo, salud, escuela para los hijos, y la falta de guía práctica en la comunidad que ayude a sortear estas dificultades con prudencia y caridad.

Esta situación representa por tanto una crisis que puede llevar a un proceso de crecimiento o acarrear graves dificultades para la pareja y la familia. Cuando revisamos los estudios científicos llevados a cabo con los matrimonios y con las familias inmigrantes hispanas vemos que el proceso de transición cultural que sigue al momento de la migración  conlleva que la propia identidad de la persona sea puesta a prueba, y que se creen interrupciones, estancamientos, retrocesos, deterioros y reacciones negativas dentro de las dinámicas de crecimiento psico-social y de madurez no sólo en los individuos sino, sobre todo, en los matrimonios migrantes y sus familias.

En la Exhortación Apostólica Familiaris Consortio (77) el Papa Juan Pablo II desea que las familias de emigrantes puedan “tener la posibilidad de encontrar siempre en la Iglesia su patria”, donde sean asistidas en su propio idioma y cultura. De ahí que “Por tu Matrimonio” tiene un espacio especial para acompañar y sostener a los matrimonios y las familias inmigrantes hispanas en transición cultural. Las historietas ilustradas que podrán apreciar a continuación desean mostrar esta problemática y dar a las parejas que se encuentran en este proceso de crisis por la migración, luces para que puedan seguir un camino de crecimiento y superación, más allá y a través de las dificultades.

Historias 2: Juana y Roberto

Sacrificios por la migración

La decisión de emigrar no fue tan fácil para Juana y Roberto. Los ingresos no eran suficientes para mantener la familia a flote y no había en el pueblo oportunidades de trabajo que les permitieran buscar allí otra forma de subsistencia. Juana tenía niños muy pequeños y no tenía familiares cercanos a quienes pudiera encomendar sus hijos y así migrar  con sus esposo para trabajar los dos. Tampoco había cómo pagar el viaje. El plan de Roberto fue entonces el de migrar “donde un primo que le habían dicho que le iba muy bien”. Con pobres señas sobre la ubicación y ocupación del primo, Roberto juntó sus ahorros, cerró los ojos y echo a andar.

Juana cada mañana tachaba un día en el almanaque mientras en su corazón se lo encomendaba a la Virgencita. A los niños les hablaba de su papá que estaba trabajando muy lejos. Por su parte Roberto daba pasos de ciego tratando de encontrar una luz que le llevase hasta el primo. Donde llegaba trataba de trabajar para ganar cama y comida y no gastar lo poco que le quedaba después de pagar su viaje. Lo más difícil que encontró fue la desconfianza de los propios paisanos. Todos estaban tratando de sobrevivir y no era fácil compartir. Asi fue de un lado a otro durante varias semanas hasta que un domingo por la mañana entró en una iglesia y se acercó al sacerdote que estaba en el confesionario. Le contó de su situación y de la necesidad de comunicarse con Juana, quien debía de estar desesperada sin saber de él. Como no había teléfono en el pueblito, le dictó una carta al sacerdote y éste le prometió que esa misma tarde la pondría al correo. El sacerdote le ayudó igualmente a conseguir alojamiento en una tienda a cambio de que él se ocupase de la limpieza y de la vigilase de noche para evitar robos. Habían pasado ya 6 semanas y él no encontraba aún un trabajo estable.

Juana por su parte se sentía abrumada con las consecuencias de la elección hecha por Roberto. No era tanto la parte económica pues su familia le ayudaba con cuanto les era posible y ella había tomado niños para cuidar al mismo tiempo que cuidaba de los suyos. Era la soledad y la incertidumbre. El largo silencio por parte de Roberto llevó su mente por diferentes escenarios, desde muerto en la frontera hasta olvidado de la familia que dejo atrás tal vez porque había encontrado otras distracciones. La carta de Roberto trajo un poco de paz a su espíritu y ella la leyó y releyó queriendo adivinar lo “no escrito”.

Pasaron más semanas sin encontrar trabajo, ni aún siquiera por horas, por lo que Roberto comenzó a cuestionarse si había hecho bien en correr el riesgo de emigrar. Los trabajos que él sabía hacer –agricultura y construcción- no tenían espacios. Su escolaridad no pasaba de contar, sumar, restar. A duras penas leía bien y no sabía escribir correctamente. Dejar lo que tenía en las manos ahora –casa, comida, y trabajo por la noche- para buscar algo mejor no le parecía una opción buena.

En una de sus visitas al sacerdote para mandarle mensajes escritos a Juana –porque hasta ese momento no había podido enviarle dinero- compartió su estado de ánimo con él. El sacerdote le ayudó a ver opciones: si sabes sembrar y cuidar la siembra aunque aquí no hay campos de cultivo si hay jardines.”Y puedes comenzar cuidando, sembrando, y podando el jardín de la parroquia”.  El buen empeño de Roberto en el trabajo le ayudó a ampliar su clientela y pronto pudo independizarse y mandar dinero a Juana periódicamente. Las cartas entre ambos empezaron a rehacer la trayectoria de amor y de unión que se había interrumpido como resultado de la migración.

A los dos años de estar fuera de su hogar, Roberto regresó no sólo con ahorros, sino con la habilidad de leer y de escribir, y la posibilidad de trabajar por su propia cuenta en un campo no sospechado por él antes: la jardinería.

Los testimonios de María Elena y Javier y de Juana y Roberto ilustran bien los problemas que enfrentan las parejas que viven “Matrimonios a Distancias”.

Historias 3: María Elena y Javier

Lo difícil de la distancia

María Elena y Javier habían crecido juntos en el mismo pueblo y en el mismo barrio. Habían ido a la misma escuela y hasta habían tomado la Primera Comunión en la misma iglesia.

Ya después de los quince de María Elena ellos fueron descubriendo que se querían no sólo como amigos. El noviazgo fue recibido con mucha alegría por todos menos por los padres de María Elena. La situación política y de seguridad habían hecho que ellos decidieran migrar a los Estados Unidos. La mamá de María Elena habló con ella, su padre habló con ella, ambos hablaron con ella., pero María Elena prefería quedarse sin su familia que alejarse de Javier. Como una solución “negociada” la familia de María Elena propuso que se casaran y que ella más tarde le llenase los papeles de visa para reclamarle como esposo. Así, tres días antes de salir del país, María Elena y Javier se casaron, tuvieron una pequeña fiesta familiar y dos días en la playa como luna de miel. Ambos se prometieron el uno al otro que cada año en el aniversario de su boda, ellos renovarían sus votos de fidelidad y de entrega. Lo harían por teléfono si se podía, si no lo harían por carta.

María Elena y Javier no contaban con la serie de cambios que sucederían en sus vidas. Antes de que pasaran sus 6 meses como residente y que ella pudiese presentar la petición de visa para traer a su esposo, Javier fue reclutado de forma mandataria para servir en el Ejército. Al terminar los tres años de entrenamiento una nueva ordenanza determinó que hasta que no tuviese 29 años no podía emigrar porque estaba en edad de servir a la Patria. Javier escribió a María Elena y le dijo que le liberaba de su compromiso con él y que tratara de rehacer su vida en el extranjero mientras él trataba de rehacer su vida también.

María Elena no aceptó la propuesta de Javier, escribió y llamó por teléfono una y otra vez recordándole la promesa matrimonial: “en lo bueno y en lo malo, hasta que la muerte los separe”. Javier parecía determinado a no ceder en su punto de vista y le aseguró muchas veces que no era que él se hubiese enamorado de otra mujer sino que le parecía injusto mantenerla atada a él y a un futuro incierto. “Por incierto que sea, es el que elegimos los dos cuando tomamos la decisión de casarnos”, respondió ella. Así, año tras año ellos renovaban su compromiso –por teléfono o por carta-hasta que  finalmente cuando llevaban ya 6 años “casados a distancia” se presentó la oportunidad  de que María Elena viajase a su país de origen. En el aeropuerto estaba Javier esperándola. Conversaron, se amaron, y ambos entendieron que la separación impuesta de 10 años era una prueba que ambos querían y debían superar sin desesperarse pero cada día añadiendo esperanza a la llama de su amor. Nueve meses después el fruto de su amor les dio a ambos nuevas razones para esperar y no desmayar. María Elena volvió a su país de origen y en la iglesia del pueblo bautizaron a Luisa. Tres años después Javier y María Elena pudieron reunirse finalmente para empezar juntos su ciclo de crecimiento matrimonial –con mucho amor pero desde el mismo inicio –aprendiendo a vivir juntos, ajustándose el uno al otro.

Historias 4: Jennifer y Ángel

Nueva definición de roles

Jennifer nació en los Estados Unidos, hija de padres inmigrantes Hispanos. Ella fue criada con los valores de un hogar típico “hispano”, pero aprovechó igualmente las ventajas que le ofreció la “sociedad americana”: Hizo estudios universitarios hasta alcanzar una maestría y, puesto que salió a temprana edad de su casa y vivió en una ciudad lejos de las de sus padres, aprendió a ser independiente y eficaz. Usaba el español para comunicase con la familia, pero era más hábil con el Inglés que usaba en todas sus otras circunstancias. Jennifer conoció en una fiesta a Ángel, quien acababa de llegar de su país, y que vivía aún en casa de sus padres. Después de unos meses, Ángel y Jennifer se comprometieron y poco después se casaron.

Casi al cabo de un año de casados Ángel le planteó a Jennifer que se sentía muy inconforme dentro del matrimonio y creía que habían cometido un error casándose. A Jennifer todo le tomó de sorpresa y pensó que Ángel “debía de tener otra mujer”. La crisis entre ellos era obvia. Entonces Ángel le propuso a Jennifer que se tomaran unos días, en un lugar distinto del medio ambiente habitual, para juntos discutir la situación de su matrimonio. Jennifer aceptó pero no entendía qué podía estar pasando pues ella hacía “todo” para que las cosas funcionaran bien.

Los días fuera de la rutina ayudaron a Ángel a verbalizar el por qué de su descontento: se sentía ignorado en la relación. Jennifer tomaba todas las decisiones y no siempre le informaba lo que decidía ni el por qué. Al inicio Jennifer se sintió muy dolida y le costaba entender que Ángel no le agradeciera sus contribuciones, ya que ella  sabía mejor que él cómo funcionaba este país y lo único que pretendía era aliviarle a él la carga de “tener que llevar la casa”. Por otro lado también ella se sentía poco escuchada cuando trataba de comunicarse con él en español, una lengua que ella poco usaba.

Gracias al diálogo, ambos pudieron entender que las expectativas de los dos respecto de la distribución de oficios estaban basadas en sus diferencias culturales. Entonces decidieron que, por encima de las costumbres de sus antepasados, lo importante era que ellos, como pareja, tomaran las decisiones sobre sus propias vidas. Juntos aceptaron igualmente que el aporte de cada cual es muy importante, pues el hecho de hablar mejor un idioma que otro no  hace a un miembro de la pareja sea superior o sepa llevar las cosas mejor que el otro.

Si desea profundizar en los retos  presentes en matrimonios entre personas que crecieron en diferentes culturas, como fue el caso de Jennifer y Ángel, lea nuestra sección, “Las marcas de nuestros padres y nuestra cultura.”

Historias 6: Gisela y José

Tomar decisiones juntos

Gisela y José viven un pueblo muy bonito a las afueras de la capital. Ya llevan 10 años de casados y Dios les ha bendecido con 4 bonitos niños. José es lo que se llama un “hombre emprendedor”. Al principio se dedicaba sólo a sembrar maíz en el terreno que le correspondió a la muerte de su padre. José leía mucho y veía programas educativos en la televisión. Por eso aprendido cómo tecnificar su producción y hacer crecer el negocito. Llegó incluso a tener un tractor y las maquinarias necesarias para moler y hacer tortillas caseras, que vendía entre sus vecinos.

Un buen día José se encontró con un amigo que vivía en el extranjero y que le “abrió los ojos sobre las oportunidades que podría tener con sus habilidades”. El gusanito de la posibilidad le estuvo rondando y rondando por días hasta que decidió averiguar con las autoridades del pueblo qué tendría que hacer para emigrar. Cuando sólo necesitaba echar a andar la petición de migración para él y para Gisela, decidió hablar con Gisela. Pero la propuesta dejó a Gisela totalmente turbada.  Lo difícil no era sólo migrar fuera de su país sino dejar a los hijos al cuidado de sus padres, cuando ellos más la necesitaban . Por otra parte, dejar que José migrara solo significaba desbaratar la unión matrimonial y exponerla a todo tipo de tentaciones. Nunca se le había ocurrido que “tuvieran” que migrar y cuanto más lo pensaba menos “quería” hacerlo. La situación se fue haciendo cada día más tensa en el hogar: José seguía insistiendo y Gisela se negaba. Cada uno de ellos estaba en “una esquina del cuadrilátero” con suficientes argumentos para no ceder ante los deseos del otro. Cuando ya estaban que “estallaban” por todo decidieron consultar con el párroco de la iglesia.

Después de sugerirles que invocaran juntos la asistencia del Espíritu Santo, el párroco les dio tres tareas a hacer: 1º. Cada uno debía escribir en un papel los pros y los contras que según él, o ella,  tendría el emigrar; 2º. Terminadas las columnas, debían sentarse y discutirlas hasta que ambos alcanzasen un acuerdo que fuera lo mejor para la familia 3º. El párroco les sugirió que una vez alcanzada una decisión la pusieran a consideración de sus familiares más cercanos.

José y Gisela estuvieron en el proceso de “ponerse de acuerdo” por más de tres días. Al final, en lugar de conversar con sus parientes se fueron a la iglesia a darle gracias al Párroco. No sólo porque les había enseñado la importancia y el modo para ponerse de acuerdo sino, sobre todo, porque les había recordado la presencia de la gracia de Dios en su matrimonio y les había enseñado cómo usarla.

José y Gisela decidieron no migrar sino continuar creciendo en familia. Años más tarde sus hijos salieron a estudiar fuera del país y poco a poco fueron migrando. En esos momentos, José y Gisela, migraron también para así ayudarles a ellos con el cuidado de sus hijos.

Historias 7: Enrique y Margot

La importancia de la comunicación

Enrique y Margot se conocieron en las clases de ingles de la Biblioteca Pública del vecindario. Ambos venían de diferentes países Latino-Americanos y llevaban poco tiempo en los Estados Unidos.

Meses después de estar “saliendo juntos” Enrique le propuso matrimonio. Margot no se sentía muy segura porque entre bromas y juegos había notado que “ellos no siempre pensaban igual” pero pensó que “eso no era tan importante” y aceptó su propuesta de matrimonio.

Enrique y Margot asistieron a un “cursillo de preparación” para la boda “por la Iglesia”, que duró un día. Durante el mismo, el pastor y la pareja de voluntarios que dirigían el cursillo les invitaron  a analizar las diferencias y acuerdos que tenían en diferentes tópicos. Enrique tomó a broma la tarea y Margot no se sintió segura para insistir en hacerlo. Días después Margot volvió a sacar el tema, pero Enrique siguió en su posición de no darle importancia a “las cosas de los curas que no que saben nada de matrimonio porque nunca se han casado”.

Cerca de un año después de casados, Margot fue a visitar al Pastor de la parroquia. Llorando le dijo lo angustiada y deprimida que estaba. Ella se sentía “fracasada” pues no lograba cumplir con su trabajo y con todas las tareas de su casa “como él lo esperaba” y sentía que Enrique no le daba importancia a otros aspectos de la vida en común que ella valoraba mucho y las realizaba con gran esmero y cariño.

El párroco pidió ayuda a la pareja que ayudó en la preparación matrimonial, y estos comenzaron a visitar el hogar de Enrique y Margot, como parte de “su seguimiento” después de la boda. El objetivo era ganar la confianza de Enrique y después modelar las respuestas esperadas a los problemas que ellos confrontaban. Así fueron entrenando a Enrique y Margot a escucharse, lo cual es diferente a simplemente oírse. Una táctica que les sirvió fue el repetir o parafrasear lo que el otro acababa de decir,  para así estar seguros que habían entendido lo que cada cual decía. También les fue útil el recordar y aceptar que tener diferencias es normal y que cada cual tiene derecho a no estar de acuerdo en todo lo que el otro cree y dice.

Años más tarde, Enrique y Margot se convirtieron en voluntarios  del programa de preparación matrimonial y su testimonio es uno de los que más efecto tiene en los novios que se preparan para administrarse el sacramento del matrimonio.

El caso de Enrique y Margot es un bello testimonio de la vida real  cuyas enseñanzas pueden leerse en “Convertirse en Compañeros para siempre”