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UNIENDO NUESTRAS VIDAS POR LA IGLESIA CATÓLICA

¿Por qué casarnos por la Iglesia?

Los beneficios del Matrimonio Católico

“La Iglesia es un bien para la familia, la familia es un bien para la Iglesia. Custodiar este don sacramental del Señor corresponde no sólo a la familia individualmente sino a toda la comunidad cristiana”. (Papa Francisco, Amoris Laetitia 87)

En general, las parejas que eligen llevar su matrimonio a la Iglesia reciben muchos dones: paz de corazón, unidad y acompañamiento con la Iglesia, y plenitud de los sacramentos, especialmente el don de recibir la Sagrada Comunión y la Reconciliación.

Los científicos sociales han descubierto que las parejas que reconocen la presencia de Dios en su relación, experimentan más satisfacción y tienen más probabilidades de lograr un matrimonio para toda la vida. Uno de los muchos beneficios de un matrimonio sacramental es el del poder de la gracia de Dios, que ayuda a las parejas a mantener viva la alianza de amor y encontrar la felicidad juntos.

¿Por qué obtener el Sacramento del Matrimonio?

“Cristo Señor ‘sale al encuentro de los esposos cristianos en el sacramento del matrimonio’, y permanece con ellos… los esposos son consagrados y, mediante una gracia propia, edifican el Cuerpo de Cristo y constituyen una iglesia doméstica”. (Papa Francisco, Amoris Laetitia 67)

Los votos intercambiados por la pareja son una alianza sagrada a través del cual los esposos se abrazan y, juntos, abrazan a Jesús como su compañero. A través de su unión con Cristo, participan en la alianza inquebrantable entre Dios y la humanidad: la alianza que selló Jesucristo con su muerte y resurrección.

El matrimonio católico es único entre otras relaciones matrimoniales porque es un Sacramento que hace que Cristo esté presente en nuestras vidas y especialmente en las familias. La relación entre marido y mujer refleja la relación de Jesucristo con su pueblo. En la tradición católica, el esposo y la esposa aceptan una misión en el plan salvífico de Dios para la humanidad. La esposa y el esposo son embajadores del amor de Dios y colaboran con Dios para seguir construyendo su Reino aquí en la tierra.

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Nota: Este es una descripción básica del Matrimonio Católico. Debido a que la situación de cada pareja es única y el proceso puede variar de una parroquia a otra, de una diócesis a otra y de un país a otro, las personas interesadas en casarse  la Iglesia Católica, para obtener una convalidación matrimonial y/o una declaración de nulidad deben hablar primero con su párroco para obtener orientación personal y específica.

La belleza del Matrimonio

La belleza del Matrimonio

Por: Ana C. De la Garza

Hay una frase que dice “El Matrimonio es como un jardín: requiere de mucho amor y un poco de trabajo cada día”.

Y es que el amor en el Matrimonio no hay que darlo por sentado, siempre hay que cuidarlo, alimentarlo y trabajarlo. Recuerdo una vez un consejo que nos dio un Sacerdote en una homilía y me parece muy importante compartirlo; nos dijo que todos los días nos dedicáramos 15 minutos en pareja, sin ninguna distracción de celulares, televisión, hijos, etc. 15 minutos para conversar, mirarnos cara a cara, estar juntos y cultivar nuestra relación.

Yo también les recomiendo ponerse una cita al mes, como un “date”, donde puedan hacer algo juntos que disfruten como pareja. Desde preparar una cena romántica o ir a algún lado a cenar, ir a andar en bicicleta o al cine, o incluso ver una película juntos en casa, pero sólo ustedes dos.

Dios diseñó el amor de esposos para que fuera una ayuda mutua, una compañía. Para no estar solos en este camino de la vida, para ser un reflejo del amor de Dios, para ser fecundos y educar y formar a nuestros hijos. Recordemos el pasaje del Génesis que habla de esto:

Dijo luego Yahvé Dios: No es bueno que el hombre esté solo. Voy a hacerle una ayuda adecuada”. ( Gn 2, 18 )

“De la costilla de Adán, Dios formó a la mujer, para ser su compañera, para acompañarse el hombre y la mujer en esta vida, para ser mejores amigos en el matrimonio y hacernos la vida mejor y más llevadera”.

Después dice: “Por eso deja el hombre a su padre y a su madre y se une a su mujer, y se hacen una sola carne” ( Gn. 2, 24 ) . El designio de Dios en esta unión es perfecta, hacerse una sola carne, una unión perfecta, que da el fruto de los hijos”.

Yo sé que existen dificultades en la vida cotidiana, en la relación de los esposos, y hay dos consejos que me gustaría compartir con ustedes para saber llevar la vida juntos:

  1. Perdonar. Perdonar las fallas del cónyuge. Y no recordarle en una discusión todas las cosas del pasado que nos molestan. Ya que esto sólo genera más conflicto.
  2. Ceder. No tratar siempre de tener la razón, habrá momentos en que será mejor ceder. Yo sé que hay cosas que son muy importantes para llegar a un acuerdo, como educar en la fe a los hijos, o los valores que queremos vivir en nuestra familia. Pero hay cosas triviales de la vida en las que no tenemos que llevar todo al campo de batalla.

El amor de pareja tiene sus etapas en la vida, vamos de la etapa del enamoramiento en la que todo es perfecto y sentimos mariposas en el estómago, a la etapa del amor y mayor intimidad, hasta llegar al verdadero amor de compromiso. Y al ir madurando el amor es posible que se atraviese por algunas crisis. Por eso es importante, en primer lugar, agarrarse de la mano de Dios, como dice la palabra Ma-tri-monio somos tres y en medio de esta relación debe estar Dios para que nos sostenga y nos lleve de su mano en este camino de la vida. Encomendar nuestro Matrimonio a Dios a través de los Sacramentos y de la oración,  también es importante. Si en algún momento sienten que no pueden, no duden en pedir ayuda; a un Sacerdote o a algún consultor especialista en Matrimonio. Yo recomendaría un especialista que fuera Católico y que conociese el Método de Jhon Gottman para terapia de pareja.

https://www.gottman.com/about/the-gottman-method/

Para terminar, les recomiendo encomendar siempre su Matrimonio a la Sagrada Familia. ¡Quiénes mejor que Nuestro Señor Jesucristo, su madre la Santísima Virgen María y San José para acompañarnos y guiarnos en nuestro Matrimonio y Familia!

Celebrando Matrimonios Mixtos

Celebrando Matrimonios Mixtos

Por Cynthia Psencik

Cuando hablamos de matrimonios mixtos, nos referimos a parejas que nacieron en diferentes países como también parejas de razas, etnicidades y culturas distintas. Se reporta que los matrimonios mixtos han aumentado continuamente desde el 1967 cuando fueron legalizados en los Estados Unidos. Para el 2015, una de cada seis parejas recién casadas están casadas con una persona de una raza o etnicidad diferente. La pareja mixta más común incluye hispanos y blancos (Pew Research Center). Es asombroso pensar que antes de los años 1967, los matrimonios mixtos eran prohibidos en ciertas partes de los Estados Unidos, y que hubiera alguna ley impidiendo que yo me casara con mi esposo.

​Mi esposo no solo es de una etnicidad diferente a la mía, sino también nació y creció en un estado diferente que yo – él es de Texas y yo de Nueva York. Llevamos casados siete años, y cada día aprendemos algo nuevo, ya sea de nuestras culturas, o de donde crecimos. Al principio de nuestro noviazgo dialogamos bastante acerca de lo diferente que fue nuestra crianza, yo como mujer hispana de padres dominicanos, y él como hombre blanco. Le asombraba la manera en que me comportaba con mi mamá, con la cual hablaba todos los días por casi una hora. O la manera en que mi mamá se comportaba conmigo, todavía queriendo cuidarme hasta después de estar casada. Mi esposo, sin embargo, creció bien independiente. Poco a poco se fue acostumbrando y aprendiendo que estas cosas eran importante para mi, como yo también fui aprendiendo de las cosas que eran importante para él, por ejemplo, el amor a los deportes profesionales.

Durante nuestro retiro de preparación para el matrimonio tuvimos la oportunidad de dialogar y describir costumbres de cada una de nuestras culturas que podrían impactar más adelante nuestro matrimonio. Las diferencias en culturas a veces aparecen de maneras sutiles en el matrimonio, y pueden crear dificultades si no existe comunicación entre la pareja. Es importante tener una disposición abierta para abrazar las costumbres y las expectativas que son importantes para cada pareja.

Reconocer y hablar de las diferencias

Durante su noviazgo, tomen tiempo para hablar acerca de su niñez y no dejar por desapercibido la importancia de ciertas costumbres y experiencias que pueden influenciar sus comportamientos. En una conversación con mi amiga, ella me comentó que durante su noviazgo, ella y su esposo que es de una etnicidad diferente, hablaron mucho acerca de su experiencia con el racismo, una experiencia muy lejana para su esposo. Fue importante para ella poder ser vulnerable y que existiera una apertura de parte de él para recibir lo que ella le presentaba, y de no minimizar sus experiencias. Esta conversación ayudó mucho a su esposo a comprenderla y ayudarla a navegar sus emociones, y responder adecuadamente.

Ser pacientes y seguir aprendiendo

Darse oportunidad para conocerse y crecer juntos es importante durante el noviazgo y su vida de casados. Ser paciente con uno mismo y con su pareja cuando resaltan cosas únicas a su cultura, ayuda a crear una atmósfera abierta para usted y su pareja. Yo vengo de una familia vibrante y animada, especialmente cuando se reúnen todos los familiares a la misma vez. Mi esposo no vino de una familia grande, y a veces pensaba que estábamos peleando cuando nos escuchaba hablar.

No todo va a tener sentido al principio, y hasta podemos criticar ciertas cosas de nuestra pareja y de su familia. Por eso es importante observar y hacer preguntas cuando no comprendes algo, aunque sea incómodo. Esto demuestra un sentido de curiosidad como también interés en aprender más acerca de los antecedentes familiares y las costumbres que nos influyen.

 

No hagan suposiciones

En la celebración del Día de Acción de Gracias durante nuestro primer año de casados, invitamos a mi familia a celebrar con nosotros. Teníamos música alta tocando de fondo, como era de costumbre en mi familia, mientras preparamos el pavo y la cena. De vez en cuando mi esposo entraba a la cocina, pero luego se iba un poco molesto. Mientras, yo seguía cantando y bailando con mi prima, mi hermana y mi mamá. Después de la celebración le pregunté a mi esposo qué le pasaba, y él me respondió que usualmente en su hogar, él era quien preparaba la cena para su familia, y se sintió molesto de que no le dimos esa oportunidad. Obviamente, no sabía lo importante que era para él tomar parte de las preparaciones, pues crecí entre las normas culturales donde las mujeres eran las que preparaban la comida, y yo asumí que no le interesaba.

Instruir a sus familiares cuando sea necesario

El Papa Francisco en Amoris Laetitia nos comenta: “Los esposos que se aman y se pertenecen, hablan bien el uno del otro, intentan mostrar el lado bueno del cónyuge más allá de sus debilidades y errores (113). Yo crecí en un ambiente donde no faltaba el gentío que venía a nuestro hogar a celebrar algún acontecimiento. De esta forma me acostumbré a siempre estar rodeada de personas, algo que es común en las personas extrovertidas. Mi esposo es introvertido. Me costó tiempo realizar que a veces cuando estamos en reuniones familiares él necesita receso para poder recargarse. Mi familia notaba esto, y pensaba que no les caía bien, y a veces hacían comentarios acerca de su comportamiento. Tuve que explicarles que no era algo en contra de ellos, y fue un momento de aprendizaje para ellos también. Para ayudarnos, mi esposo y yo creamos un plan donde nos señalamos cuando el necesitaba un tiempo de receso durante una visita familiar.

Ser razonables con sus expectativas

Lo más seguro es que su pareja no hable español, o no tiene ritmo para bailar su música. Podemos entrar en el error de que “si me ama, hará el esfuerzo”. Pero la realidad es que aprender un lenguaje nuevo como adulto es un don, y no es tan fácil poder pensar y hablar en un lenguaje diferente al lenguaje nativo. Me enojaba bastante al principio porque estaba centrada en que mi esposo aprendiera español para que se comunicase mejor con mi familia, pero no era por falta de esfuerzo. Me dediqué entonces a darme cuenta de las diferentes maneras que él intentaba comunicarse y relacionarse con mi familia. De esta manera, aprendí a valorar la manera en que él y su familia pasan tiempo juntos viendo deportes profesionales.

Compartir y celebrar los dones que trae cada cultura

Una de las cosas más bellas de una pareja mixta es poder compartir sus tradiciones. Durante la planificación de nuestra boda, incluimos elementos de cada una de nuestras culturas. La ceremonia fue bilingüe, y durante la recepción, incluimos comidas, música y bailes de cada una de nuestras culturas. Esto brindó la oportunidad de que ambas familias aprendieran y celebraran elementos de cada una de nuestras culturas. Fue super divertido ver como su familia y amistades disfrutaron aprendiendo a bailar merengue y mi familia la música country.

 

Crear nuevas tradiciones

Es bello poder unir elementos de cada cultura en la relación. En vez de solamente enfocarse en uno u otro elemento de cada cultura, intenten crear una unión de ambas culturas, y formar sus propias tradiciones. Ya sea comida, música, tradiciones…, es importante que existan elementos de las dos tradiciones que acomoden ambas culturas adecuadamente. Al final del día, las diferencias que pueden existir crean momentos para seguir aprendiendo y creciendo juntos. Durante nuestro noviazgo, Evan y yo creamos una lista de canciones en Spotify con música romántica de cada género, y así él aprendió a disfrutar de la música en español, y yo de la música country.

Ante todo, ser amigos y construir una vida en conjunto. El Papa Francisco nos recuerda en Amoris Laetitia lo importante que es la amistad en el amor conyugal. El nos dice: “Después del amor que nos une a Dios, el amor conyugal es la máxima amistad. Es una unión que tiene todas las características de una buena amistad: búsqueda del bien del otro, reciprocidad, intimidad, ternura, estabilidad, y una semejanza entre los amigos que se va construyendo con la vida compartida” (Amoris Laetitia, 123). Por último, no dejen a un lado el divertirse mientras se acomodan y continúan aprendiendo el uno al otro.

Las Marcas de Nuestros Padres y Nuestra Cultura

Por Gelasia Márquez

Hay muchas teorías que tratan de explicar por qué elegimos y nos casamos con una persona y no con otra. ¿Elegimos porque se parece a nosotros? ¿Elegimos porque es distinto que nosotros y de esa forma nos complementan? La elección del compañero(a) es un proceso que ambas partes van haciendo, la mayoría de las veces a un nivel inconsciente. Tal vez el primer momento sea de una mera atracción física pero después, y según el grado de madurez de las personas, algunas parejas se interesan realmente por saber si son compatibles, es decir, por buscar los valores y características que comparten y que los pueden unir.

Ahora bien, cuanto más similitud existen en una pareja, más fuerte y mejor se establece la unidad y la mutua valoración entre ellos. Pues, como dice la Teoría Social de la Validación cuanto más coincidencia existe en valores, criterios, expectativas e ideales que comparten los miembros de la pareja, más se refuerzan la propia imagen y el propio valor de cada uno de ellos (Véase Valores en Común).

La búsqueda de esta similitud es algo que, según estudios, cada uno de nosotros realiza de forma inconsciente, pero regidos por los parámetros que traemos desde la niñez. Así, las muchachas eligen un compañero cuya forma de ser sea “similar” a la de los hombres de su casa, con los que se crió (padre, padrastro, hermano, primo, tío). De igual forma, el muchacho elige a una joven “similar” a aquellas que le ayudaron a desarrollar su definición de lo que es una mujer (madre, hermana, madrina, tía, prima).

Así mismo, las ideas acerca de las funciones y el papel que el hombre y la mujer deben tener dentro de un matrimonio las recibimos de lo que el medio ambiente y las tradiciones culturales nos enseñan al respecto. Por eso, cuando los miembros de una pareja crecieron y se educaron en ambientes culturales distintos, el proceso de ajuste entre ellos les supone más esfuerzo. Les exige que continuamente se pregunten entre sí el por qué de sus actitudes y se vean obligados a discernir de común acuerdo qué tipo de rol van a escoger dentro de su vida matrimonial.

El caso de Jennifer y Ángel, que pueden ver ilustrado en las viñetas Historias con un final feliz, puede servirles de ejemplo.

Historias 4: Jennifer y Ángel

Nueva definición de roles

Jennifer nació en los Estados Unidos, hija de padres inmigrantes Hispanos. Ella fue criada con los valores de un hogar típico “hispano”, pero aprovechó igualmente las ventajas que le ofreció la “sociedad americana”: Hizo estudios universitarios hasta alcanzar una maestría y, puesto que salió a temprana edad de su casa y vivió en una ciudad lejos de las de sus padres, aprendió a ser independiente y eficaz. Usaba el español para comunicase con la familia, pero era más hábil con el Inglés que usaba en todas sus otras circunstancias. Jennifer conoció en una fiesta a Ángel, quien acababa de llegar de su país, y que vivía aún en casa de sus padres. Después de unos meses, Ángel y Jennifer se comprometieron y poco después se casaron.

Casi al cabo de un año de casados Ángel le planteó a Jennifer que se sentía muy inconforme dentro del matrimonio y creía que habían cometido un error casándose. A Jennifer todo le tomó de sorpresa y pensó que Ángel “debía de tener otra mujer”. La crisis entre ellos era obvia. Entonces Ángel le propuso a Jennifer que se tomaran unos días, en un lugar distinto del medio ambiente habitual, para juntos discutir la situación de su matrimonio. Jennifer aceptó pero no entendía qué podía estar pasando pues ella hacía “todo” para que las cosas funcionaran bien.

Los días fuera de la rutina ayudaron a Ángel a verbalizar el por qué de su descontento: se sentía ignorado en la relación. Jennifer tomaba todas las decisiones y no siempre le informaba lo que decidía ni el por qué. Al inicio Jennifer se sintió muy dolida y le costaba entender que Ángel no le agradeciera sus contribuciones, ya que ella  sabía mejor que él cómo funcionaba este país y lo único que pretendía era aliviarle a él la carga de “tener que llevar la casa”. Por otro lado también ella se sentía poco escuchada cuando trataba de comunicarse con él en español, una lengua que ella poco usaba.

Gracias al diálogo, ambos pudieron entender que las expectativas de los dos respecto de la distribución de oficios estaban basadas en sus diferencias culturales. Entonces decidieron que, por encima de las costumbres de sus antepasados, lo importante era que ellos, como pareja, tomaran las decisiones sobre sus propias vidas. Juntos aceptaron igualmente que el aporte de cada cual es muy importante, pues el hecho de hablar mejor un idioma que otro no  hace a un miembro de la pareja sea superior o sepa llevar las cosas mejor que el otro.

Si desea profundizar en los retos  presentes en matrimonios entre personas que crecieron en diferentes culturas, como fue el caso de Jennifer y Ángel, lea nuestra sección, “Las marcas de nuestros padres y nuestra cultura.”

Historias 6: Gisela y José

Tomar decisiones juntos

Gisela y José viven un pueblo muy bonito a las afueras de la capital. Ya llevan 10 años de casados y Dios les ha bendecido con 4 bonitos niños. José es lo que se llama un “hombre emprendedor”. Al principio se dedicaba sólo a sembrar maíz en el terreno que le correspondió a la muerte de su padre. José leía mucho y veía programas educativos en la televisión. Por eso aprendido cómo tecnificar su producción y hacer crecer el negocito. Llegó incluso a tener un tractor y las maquinarias necesarias para moler y hacer tortillas caseras, que vendía entre sus vecinos.

Un buen día José se encontró con un amigo que vivía en el extranjero y que le “abrió los ojos sobre las oportunidades que podría tener con sus habilidades”. El gusanito de la posibilidad le estuvo rondando y rondando por días hasta que decidió averiguar con las autoridades del pueblo qué tendría que hacer para emigrar. Cuando sólo necesitaba echar a andar la petición de migración para él y para Gisela, decidió hablar con Gisela. Pero la propuesta dejó a Gisela totalmente turbada.  Lo difícil no era sólo migrar fuera de su país sino dejar a los hijos al cuidado de sus padres, cuando ellos más la necesitaban . Por otra parte, dejar que José migrara solo significaba desbaratar la unión matrimonial y exponerla a todo tipo de tentaciones. Nunca se le había ocurrido que “tuvieran” que migrar y cuanto más lo pensaba menos “quería” hacerlo. La situación se fue haciendo cada día más tensa en el hogar: José seguía insistiendo y Gisela se negaba. Cada uno de ellos estaba en “una esquina del cuadrilátero” con suficientes argumentos para no ceder ante los deseos del otro. Cuando ya estaban que “estallaban” por todo decidieron consultar con el párroco de la iglesia.

Después de sugerirles que invocaran juntos la asistencia del Espíritu Santo, el párroco les dio tres tareas a hacer: 1º. Cada uno debía escribir en un papel los pros y los contras que según él, o ella,  tendría el emigrar; 2º. Terminadas las columnas, debían sentarse y discutirlas hasta que ambos alcanzasen un acuerdo que fuera lo mejor para la familia 3º. El párroco les sugirió que una vez alcanzada una decisión la pusieran a consideración de sus familiares más cercanos.

José y Gisela estuvieron en el proceso de “ponerse de acuerdo” por más de tres días. Al final, en lugar de conversar con sus parientes se fueron a la iglesia a darle gracias al Párroco. No sólo porque les había enseñado la importancia y el modo para ponerse de acuerdo sino, sobre todo, porque les había recordado la presencia de la gracia de Dios en su matrimonio y les había enseñado cómo usarla.

José y Gisela decidieron no migrar sino continuar creciendo en familia. Años más tarde sus hijos salieron a estudiar fuera del país y poco a poco fueron migrando. En esos momentos, José y Gisela, migraron también para así ayudarles a ellos con el cuidado de sus hijos.

Historias 7: Enrique y Margot

La importancia de la comunicación

Enrique y Margot se conocieron en las clases de ingles de la Biblioteca Pública del vecindario. Ambos venían de diferentes países Latino-Americanos y llevaban poco tiempo en los Estados Unidos.

Meses después de estar “saliendo juntos” Enrique le propuso matrimonio. Margot no se sentía muy segura porque entre bromas y juegos había notado que “ellos no siempre pensaban igual” pero pensó que “eso no era tan importante” y aceptó su propuesta de matrimonio.

Enrique y Margot asistieron a un “cursillo de preparación” para la boda “por la Iglesia”, que duró un día. Durante el mismo, el pastor y la pareja de voluntarios que dirigían el cursillo les invitaron  a analizar las diferencias y acuerdos que tenían en diferentes tópicos. Enrique tomó a broma la tarea y Margot no se sintió segura para insistir en hacerlo. Días después Margot volvió a sacar el tema, pero Enrique siguió en su posición de no darle importancia a “las cosas de los curas que no que saben nada de matrimonio porque nunca se han casado”.

Cerca de un año después de casados, Margot fue a visitar al Pastor de la parroquia. Llorando le dijo lo angustiada y deprimida que estaba. Ella se sentía “fracasada” pues no lograba cumplir con su trabajo y con todas las tareas de su casa “como él lo esperaba” y sentía que Enrique no le daba importancia a otros aspectos de la vida en común que ella valoraba mucho y las realizaba con gran esmero y cariño.

El párroco pidió ayuda a la pareja que ayudó en la preparación matrimonial, y estos comenzaron a visitar el hogar de Enrique y Margot, como parte de “su seguimiento” después de la boda. El objetivo era ganar la confianza de Enrique y después modelar las respuestas esperadas a los problemas que ellos confrontaban. Así fueron entrenando a Enrique y Margot a escucharse, lo cual es diferente a simplemente oírse. Una táctica que les sirvió fue el repetir o parafrasear lo que el otro acababa de decir,  para así estar seguros que habían entendido lo que cada cual decía. También les fue útil el recordar y aceptar que tener diferencias es normal y que cada cual tiene derecho a no estar de acuerdo en todo lo que el otro cree y dice.

Años más tarde, Enrique y Margot se convirtieron en voluntarios  del programa de preparación matrimonial y su testimonio es uno de los que más efecto tiene en los novios que se preparan para administrarse el sacramento del matrimonio.

El caso de Enrique y Margot es un bello testimonio de la vida real  cuyas enseñanzas pueden leerse en “Convertirse en Compañeros para siempre”

Sentido y propósito del matrimonio

Por Dora Tobar

El consentimiento libre por el cual la pareja se entrega y se recibe mutuamente es la esencia o “materia” del sacramento del matrimonio.

El matrimonio es la íntima unión y la entrega mutua de la vida entre un hombre y una mujer con el propósito de buscar en todo el bien mutuo. Dicha relación tiene sus raíces en la voluntad original de Dios quien al crear al hombre y a la mujer a su imagen y semejanza, les dio la capacidad de amarse y entregarse mutuamente, hasta el punto de poder ser “una sola carne” (véase Gn. 1, 22 y 2, 24).

Así, el matrimonio es tanto una institución natural como una unión sagradaque realiza el plan original de Dios para la pareja. Pero además Cristo elevó esta vocación al amor a la dignidad de sacramento cuando hizo del consentimiento de entrega de los esposos cristianos el símbolo mismo de su propia entrega por todos en la cruz.

En otras palabras, el consentimiento libre por el cual la pareja se entrega y se recibe mutuamente es la esencia o “materia” del sacramento del matrimonio, de la misma forma como el pan y el vino son la materia del sacramento de la Eucaristía. Dicho consentimiento o símbolo visible de la presencia de Cristo se concretiza, dentro del rito matrimonial, en la fórmula que una vez y para siempre se dicen los esposos con palabras como: “Yo te recibo como esposo(a) y me comprometo a amarte, respetarte y servirte, en salud o enfermedad, en tristeza y alegría, en riqueza o en pobreza, hasta que la muerte nos separe”.

Con esta declaración pública de entrega, consumada después en el acto íntimo de entrega corporal, los esposos se constituyen el uno para el otro en sacramentos vivos de la entrega de Cristo a la humanidad. Ellos son por tanto los verdaderos ministros de este sacramento. Pero para que su declaración sea reconocida, la Iglesia pide que los esposos pronuncien este consentimiento frente a un testigo autorizado por la Iglesia que puede ser un sacerdote o un diácono y frente a la comunidad cristiana.

El compromiso celebrado en el rito se convierte en el estilo de vida de los esposos que, a través de su cotidiana entrega y fidelidad, hacen de su amor el lugar donde el conyugue es amado, servido, escuchado y atendido como Cristo mismo lo haría. En otras palabras, el sacramento del matrimonio no se reduce al rito que lo celebra, sino que consiste en “ser sacramento” o presencia visible de Cristo para el cónyuge, todos los días y en todas las circunstancias que la vida les presente. Por esta razón el matrimonio es junto al sacramento del orden sacerdotal un sacramento de servicio que, vivido con el apoyo permanente de la gracia de Dios, es un camino excelente de santidad.

Es además en el seno de esta relación estable y generosa donde Dios quiere que sean engendrados los hijos para que sea el amor la cuna donde se reciban las nuevas creaturas y se constituya la familia, y la sociedad. Parte esencial del amor de los esposos es pues estar abiertos a acoger con amor y responsabilidad la vida nueva que pueda surgir de sus relaciones maritales. Así, su amor mismo se convierte en instrumento disponible a la obra creadora de Dios.

En pocas palabras, tanto por su donación y servicio mutuo como por su misión co-creadora, los esposos son sacramento vivo y permanente del amor de Cristo por la humanidad y se convierten en “Ministros de la Iglesia Doméstica” donde a diario están llamados, junto al pan y la palabra, a partir y compartir la vida de Cristo con su cónyuge, sus hijos y quienes los rodean.

La Iglesia entera o “Familia Cristiana” se beneficia igualmente del sí sacramental que a diario se dan los esposos pues este es un testimonio invaluable que sostiene a todos los cristianos en el camino de entrega y servicio al cual hemos sido llamados.

Para mayor profundización en el tema léase Catecismo de la Iglesia Católica #1601-1666.

Espiritualidad del matrimonio

Por Dora Tobar

Por su misma esencia y origen, el amor matrimonial es una realidad espiritual. La espiritualidad es todo lo que nos permite tomar conciencia de nuestra intrínseca relación con Dios y nos ayuda a desarrollarla.

Ahora bien, por su misma esencia y origen, el amor matrimonial es una realidad espiritual. Es decir, lo sepan o no, al haber hecho del amor la razón de ser y la meta de sus vidas como pareja, los esposos han optando ya por Dios y están en el camino seguro de encontrarlo. Como lo dice la Primera Carta de San Juan: “El amor viene de Dios y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios” (4,7).

Pero además, cuando los esposos, en el sacramento del matrimonio, optan por amarse no sólo con la fuerza humana del amor sino con el amor de entrega de Cristo en la cruz, algo más grande que un simple acuerdo humano está sucediendo entre ellos. Su decisión significa que desean hacer de su vida en común el camino para identificarse con Cristo, es decir, para alcanzar la santidad.

Esta es por tanto la primera y gran oración que los esposos elevan en común y frente a la cual Dios nunca pasa desapercibido: “De la misma manera que en otro tiempo salió al encuentro de su pueblo por la alianza de amor y fidelidad, ahora el Salvador de los hombres… sale al encuentro de los esposos para unirse a su amor y permanecer con ellos” (CIC 1642).

Es más, su decisión o consentimiento de entregarse y recibirse mutuamente, por la gracia del sacramento del matrimonio, hace que los esposos queden “como consagrados para los deberes y dignidad de su estado” (Vaticano II, Gaudium et Spes, GS, 49). Por lo tanto, todo cuanto hagan para amarse será así su oración y ofrenda ante el altar del amor que Dios ha establecido ante ellos.

Esta oración se vuelve vida cada vez que los esposos se intercambian gestos y pruebas de su amor de dedicación y servicio; o cuando, con generoso corazón disponen su amor a la acción procreadora de Dios; Así mismo, se vuelve ofrenda grata cuando se convierte en disposición para entender y ceder el propio punto de vista en aras de la armonía, o cuando, ante los desacuerdos o las ofensas el amor se convierte respectivamente en aceptación respetuosa del otro, tal cual es, y en perdón misericordioso pues no se espera que el otro sea perfecto.

Es muy bello además cuando esta práctica espiritual en el silencio y la rutina de la convivencia, se puede traducir en palabras y gestos explícitos de oración, pronunciadas al unísono o en compañía del cónyuge. Pues, como dicen los maestros de espiritualidad, mediante la oración tomamos conciencia profunda de lo que Dios está realizando en nosotros. Así, los esposos pueden gozar juntos de la contemplación de la obra de Dios,  tanto en sus logros como en sus dificultades, y disponerse mejor para que siga sucediendo.

La celebración Eucarística es una excelente oportunidad para orar y celebrar juntos:

  • En sus ritos mismos de entrada podemos por ejemplo tomar conciencia que, como en el día de nuestra boda, otra vez caminamos juntos, frente al altar, dispuestos a amarnos y recibir la gracia para vivir la “común –unión”.
  • El rito penitencial nos da la ocasión de pedir perdón a Dios por nuestras faltas al amor, invocar el poder de su perdón por las heridas recibidas y unirnos a la invocación de perdón que hace nuestro cónyuge.
  • A través de su Palabra seguramente Dios tendrá una Buena Noticia para salvar nuestro amor. Estar ahí, escuchándola con nuestro cónyuge nos ayuda a recordar que nuestra relación matrimonial es el mundo inmediato donde esa Palabra debe hacerse realidad.
  • El ofertorio es igualmente un momento litúrgico donde, mentalmente estamos invitados a poner en la patena que el sacerdote levanta en el altar, todos los frutos de nuestro amor, pero también las migajas que esperan ser transformadas en pan de vida y amor.
  • Finalmente, la comunión con el cuerpo y la Sangre de Cristo que se entregó por nosotros, es el mejor alimento para que cada esposo no sólo se mantenga en la entrega sino que se convierta en el cuerpo visible de Dios para su cónyuge y su familia.
  • El rito de conclusión debe recordarnos que no salimos como entramos y que Dios se ha quedado, una vez más, con nosotros.
  • Ahora, nuestra casa debe ser “el santuario” donde se siga reconociendo y sirviendo el rostro de Cristo en nuestros “próximos” y nosotros seremos una vez más los “ministros consagrados por el amor” para la construcción y cuidado de nuestra Iglesia Doméstica. Ahí, el milagro del altar seguirá invocándose y celebrando a través de nuestras cenas en común, de nuestras conversaciones que buscan el entendimiento y la comprensión, de nuestros gestos de ternura y placer, y de todos los actos de solidaridad y entrega que conformen nuestra convivencia.

No se necesita pues nada extraordinario para vivir la espiritualidad del Matrimonio. Lo extraordinario ya ha sucedido en su mutua voluntad de amor. Dejen todo, de nuevo, en manos del Señor y El se encargará de ayudarlos a tomar conciencia de este milagro y de disponerse a seguir viviéndolo.

Cada cónyuge debe velar por mantener su espíritu alimentado en el amor. Puede siempre alentarnos la certeza, de que Dios jamás niega el amor a quien se lo pide con corazón humilde y dispuesto. Ojala los dos puedan recorrer este camino espiritual al mismo tiempo. Y cuando no, cuando uno de los cónyuges avanza primero o más en este proceso de oración y conciencia de fe, es su deber orar por el cónyuge.

Más sobre el tema en Espiritualidad y fe y La oración.

Lecturas complementarias:

  • Catecismo de la Iglesia Católica, 1641-1650
  • Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Familiaris Consortio, 55-64.

Roles en el matrimonio

Por Valentín Araya

Los roles y funciones que se le adjudican a los hombres y a las mujeres, dentro del matrimonio, se aprenden en el hogar de origen y en el contexto cultural en que crecimos. Tanto el hombre como la mujer pueden llegar al matrimonio con expectativas preestablecidas de lo que será su rol como cónyuge y con los hijos. Por tanto, es muy importante confrontar estas expectativas con su pareja, puesto que la falta de congruencia en este punto puede causar conflictos en el matrimonio.

Lo primero que habría que decirse aquí es que no hay papeles predeterminados para el esposo y la esposa dentro de la vida matrimonial.

Cada miembro de la pareja debe evaluar los roles y expectativas que tiene frente a su cónyuge y ajustarlos a las necesidades reales de la pareja.

Tradicionalmente, y sobre todo en nuestra mentalidad latina, el hombre se definió como el proveedor de todo lo necesario y la mujer como la que se quedaba en casa, encargada del cuidado de los hijos y  de las mil tareas domésticas. Como consecuencia, el hombre aprendía que no tenía responsabilidades en los oficios domésticos ni en el cuidado de sus hijos, pues esas eran “cosas de mujeres”. La mujer por su parte, aceptaba además que ella era la que debía atender al esposo.

Eso fomentaba una división muy drástica entre las actividades masculinas y femeninas dentro de la relación matrimonial y traían un desbalance poco sano al matrimonio.

En algunos hogares latinos, aún en épocas actuales, la mujer tiene que trabajar muchas horas, sin goce de salario, sin derechos y sin ese “tiempo personal” para recargar sus baterías. Todavía hay quienes no consideran el trabajo doméstico como propiamente un trabajo, sino como una “obligación” que tiene la esposa en el matrimonio.

Hoy en día, por el contrario, la sociedad reconoce que el hombre y la mujer participan por igual en el campo laboral fuera de casa y el trabajo doméstico, aunque no es siempre remunerado, es visto como un verdadero trabajo. Así mimo, los hombres están tomando conciencia de que también ellos deben participar por igual en los oficios domésticos, tradicionalmente asignados a las mujeres.

El matrimonio es como un regalo que tanto el esposo como la esposa reciben. En ese regalo vienen ciertos privilegios y derechos, pero también vienen ciertas responsabilidades, obligaciones y tareas y no hay manuales que especifiquen cuáles tareas debe hacer el hombre y cuáles la mujer.

El que la mujer esté naturalmente mejor dotada para realizar ciertas tareas en el hogar, no impide que el hombre pueda aprender a hacerlas. El hogar, el matrimonio y los hijos no son sólo de uno, sino de los dos. Cada miembro de la pareja debe evaluar los roles y expectativas que tiene frente a su cónyuge y ajustarlos a las necesidades reales de la pareja. Comunicación clara y precisa es siempre una herramienta importantísima en este proceso.

Más sobre este tema también en “Profesión y familia”.