Retiro en casa para parejas – Quinto Día
Quinto día: Reconciliar y Dar Misericordia
El camino de sanación en una relación requiere un corazón de humildad y misericordia. Con demasiada frecuencia, en nuestros desacuerdos y heridas, sentimos que tenemos que mantenernos firmes en lo que creemos que es justo o equitativo. Lo que nos puede ayudar a poner en mejor perspectiva este tipo de comportamiento es darnos cuenta de que si todo lo que Dios nos diera fuera su justicia, lo único que mereceríamos es el castigo eterno. Pero es por la misericordia de Dios que Jesucristo fue clavado en la cruz por todos y cada uno de nosotros. Es su misericordia la que nos absolvió primero de nuestros pecados como el Hijo de Dios pidió a su Padre “que los perdone” desde esa misma cruz. Es esta misma misericordia que Él requiere que compartamos unos con otros. Estamos llamados a luchar contra el mayor divisor y destructor de un matrimonio eucarístico: ¡El orgullo! El orgullo es lo que muchas veces hace que nos neguemos a disculparnos por nuestros errores o a no perdonar a nuestro cónyuge por los errores que ha cometido. Sin embargo, todos somos humanos. Todos cometemos errores. Todos anhelamos ser perdonados. En esto quinto hábito, estamos llamados a practicar pidiendo y dando misericordia.
Nuestra relación con Cristo
En la Misa, antes de recibir a Cristo en comunión, tenemos la oportunidad de hacer las paces con Dios y con los demás no solo a través del Rito Penitencial, sino también a través del Signo de la Paz y del Cordero de Dios. En el Signo de la Paz, nos dirigimos a los que nos rodean para ofrecer un gesto de reconciliación y reconexión. Este no es un momento para saludarnos y darnos un apretón de manos para ser amables. Es, en cierto sentido, decirles que “lo siento por las formas en que los he lastimado y solo quiero que haya paz entre nosotros”. Es un buen hábito buscar primero la paz de su cónyuge antes de dársela a cualquier otra persona. Es importante tanto para ustedes como para toda su familia que ustedes como cónyuges estén en paz el uno con el otro. Luego, en el Cordero de Dios, nuevamente buscamos el perdón y la misericordia de Dios por todas las cosas que hemos hecho para dañar nuestro amor por Él. No solo pedimos misericordia dos veces, sino que la terminamos con una súplica de paz con y de Dios. Todos estos caminos para el perdón y la misericordia se nos presentan a lo largo de la Misa para prepararnos completamente para recibir a nuestro Señor Eucarístico en un estado de gracia y desinhibidos por el pecado.
Un matrimonio eucarístico está destinado a ser una relación que no solo busca la comprensión y el amor, sino que también ejemplifica la paz y la sanación mutua. Una y otra vez en las Escrituras, vemos a Dios llamándonos a arrepentirnos de nuestra pecaminosidad y a perdonar a los demás. “A partir de ese momento, Jesús comenzó a proclamar: ‘Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca’” (Mateo 4,17) y “Si perdonan sus faltas a los demás, el Padre que está en el cielo también los perdonará a ustedes. Pero si no perdonan a los demás, tampoco el Padre los perdonará a ustedes” (Mateo 6, 14-15).
A través de nuestros gestos de paz y resolución, debemos hacer un esfuerzo consciente para lograr la reconciliación entre nosotros y nuestros compañeros en el camino. En la segunda cita anterior, Cristo es muy claro en que nuestro perdón a los demás es vital para nuestra propia salvación. Tanto es así, que, si nos negamos a perdonar a los demás, no podemos esperar el perdón de Dios.
Nuestra relación uno con el otro
Las Escrituras a menudo hablan sobre la importancia de perdonar y buscar el perdón. El propósito final es abrir las puertas a la sanación para que podamos volver a encontrar la alegría al descubrir nuestro deseo más profundo en y a través de nuestra relación conyugal. Necesitamos decidir si vamos a ser como el apóstol Pedro o como Judas. Ambos apóstoles eran pecadores. Ambos cometieron un error atroz al traicionar a nuestro Señor y no defenderlo en su momento de necesidad. Sin embargo, después de su error, ambos tenían la opción de aceptar la responsabilidad por lo que habían hecho y volver corriendo al Señor para buscar el perdón o perder la esperanza en la situación y progresar aún más en su pecaminosidad. Pedro buscó ser perdonado y descubrió que, aunque no fue un camino fácil, el resultado fue increíblemente gratificante. Judas, sin embargo, perdió la esperanza. No solo se negó a volverse a Cristo en busca de perdón, sino que agravó su pecado al perder la esperanza. Este es un ejemplo extremo, pero la pregunta sigue siendo: ¿Admitiremos nuestro pecado y buscaremos el camino de la sanación, o nos negaremos a enfrentar nuestros pecados y nos encontraremos en el camino de la autodestrucción? ¿Pedro o Judas?
Pedir disculpas es humillarnos y admitir que lastimamos a alguien más. Negar una disculpa es aferrarse a nuestro orgullo en lugar de estar dispuesto a admitir que estábamos equivocados. También es una forma de evitar tener que hacer el difícil trabajo de arreglar el desorden que se creó. Es difícil estar equivocado, especialmente cuando el pecado fue realmente atroz o hiriente. Pero con demasiada frecuencia tratamos de culpar a los demás en lugar de admitir nuestras propias faltas porque las consecuencias pueden ser muy difíciles de soportar. Si nos apresuramos a culpar a alguien más, entonces estamos tratando de hacer que el problema sea su carga y no la nuestra. Sin embargo, si nunca enfrentamos nuestras faltas, seguirán creciendo y comenzarán a afectar otras áreas de nuestra vida. Así como es fundamental buscar el perdón, también lo es conceder el perdón. Es importante entender que todos cometemos errores, algunos grandes y otros pequeños. Así como esperamos ser perdonados, aquellos que nos rodean esperan nuestro perdón. Debemos recordar que Dios primero nos perdonó y nos sigue perdonando todos los días, a pesar de nuestras fallas diarias contra Él y nuestro prójimo. Él nos ha perdonado hasta el punto de sufrir y morir por nosotros. Entonces, ¿por qué no podemos hacer lo mismo por los demás? Perdonar no es olvidar el asunto, confiar inmediatamente en la otra persona, ni tolerar su error. Acumular culpas, acusaciones y vergüenza muchas veces conduce a nuestro cónyuge a una mayor evitación debido a la frustración o la desesperanza y es un camino seguro para dividir aún más nuestra relación conyugal. El perdón es uno de los primeros pasos hacia la sanación, porque elegimos dejar ir la ira que nos mantiene atados y nos mantiene amargados.
Con la ayuda de la gracia de Dios, la misericordia debe brotar de un deseo de paz y reconciliación con nuestro cónyuge, nuestros hijos y los demás. El perdón es crítico para todas las relaciones para que puedan sobrevivir y prosperar. Buscar disculparnos y perdonar lo más rápido y sinceramente posible. ¿Por qué? Porque nuestro matrimonio es el corazón de nuestro hogar. Si hay paz en nuestro matrimonio, habrá paz en nuestro hogar.
Diálogo:
- ¿Cómo es una disculpa para ti? ¿Qué te ayuda a sentir que una disculpa es realmente sincera?
- ¿De qué manera podemos agregar más cariño en nuestras respuestas a las disculpas?
- Esta semana, busquemos más oportunidades para traer sanación y misericordia a nuestro hogar al disculparnos y perdonar rápida y sinceramente.
Oración:
Señor, ayúdanos en este camino de hacer, de todo corazón, que nuestro matrimonio sea un Matrimonio Eucarístico. Ayúdanos a tener la humildad de disculparnos cuando hayamos hecho algo para lastimarnos unos a otros. Ayúdanos, con Tu gracia y asistencia, a aprender a perdonarnos libremente el uno al otro, sabiendo que negar nuestro perdón sólo nos mantiene atados en la ira. Señor, tu gracia es suficiente para nosotros. Que perdonemos como Tú nos has perdonado. Te ofrecemos esta oración, Señor Jesús, a través de María y en unión con San José.
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