Los lazos familiares

Por Josh Noem
Cuando conté esta historia sobre mi abuela en su funeral, les aseguré a mis hermanos y primos que no soy el tipo de persona que se conmueve fácilmente por señales sobrenaturales.
Ella tenía 86 años y poco a poco iba a un ritmo cada vez más lento, especialmente desde que mi abuelo murió siete años atrás. Ella estaba lista para estar con él y con el Señor. Después de celebrar una fiesta de cumpleaños con mi prima una noche, ella se quejó de molestias en el pecho y dos horas después murió de un infarto. Dimos gracias que ella no sufrió por mucho tiempo.
Mamá y papá me llamaron después de la medianoche con la noticia, y después de colgar me senté a hablar con mi esposa Stacey sobre mi abuela y lo que significaba su fallecimiento. Después de algunas lágrimas, me acosté y comencé a rezar el rosario.
Mi abuela tenía una devoción feroz por el rosario, e incluso los hacía a mano, decenas de miles, rosarios con cuentas de plástico amarillas, verdes, rosadas y azules; rosarios hechos sólo con nudos; rosarios con joyas brillantes y conchas marinas. Los armó, década tras década, luego los hizo un nudo y los envió alrededor del mundo para que otros oraran. Misioneros en lugares desconocidos, hombres y mujeres militares en navíos, y niños de primaria en todo el Medio Oeste, rezan oraciones con los dedos colocados en las cuentas que armó mi abuela.
Ella hizo el rosario que llevaba en el bolsillo de mi traje en mi boda. Si nuestra casa se incendiara, es una de las pocas cosas que agarraría al salir. Es lo que busqué después del aviso de su muerte.
Luego me acomodé para dormir. Me acosté de lado con mi pie izquierdo encima de las sábanas y justo cuando me estaba quedando dormido, sentí algo, como un tirón en un dedo del pie.
Pensé que Stacey me había tocado, pero la vi bien acomodada bajo las sábanas a mi lado, quieta y tranquila. Luego pensé que uno de los niños, tal vez enfermo, estaba tratando de despertarme. Pero al mirar no había nada más allá del poste de la cama y mi pie descalzo. Sin embargo, estaba seguro de que alguien me había dado un tirón en el dedo del pie, un tirón silencioso, suave y firme.
Volví a apoyar la cabeza en la almohada y me di cuenta que sentí que mi abuela estaba cerca, como una presencia alegre y reconfortante. La percibí diciéndome que ella está donde debe estar.
Ese sentimiento, lo sé, es absolutamente subjetivo, pero estoy aquí para decirles que es lo que sentí. Y tal vez no sea importante, al final, no cambia la forma en que recuerdo a mi abuela o mi compromiso con nuestra fe, pero fue un recordatorio tranquilo, gentil y firme de que solamente un velo delgado nos separa de aquellos que nos han precedido en muerte.
Un día, todos pasaremos a través de ese velo, y es un consuelo saber que los fieles difuntos que nos preceden estarán esperando allí. Sé que mi abuela está allí con otros miembros de mi familia, que es una familia mucho más amplia que la que contamos ahora, y esta convicción me prepara para esa comunión. Esa comunión es un nuevo horizonte que, en el aquí y ahora, me ayuda a ver las cosas con más claridad y en su justa perspectiva.
Es en la vida familiar que experimentamos un poco de lo que hay más allá de ese velo delgado, y vale la pena hacerlo bien. Así como lo hizo mi abuela.
Este artículo se publicó en inglés en https://www.foryourmarriage.org/blogs/family-ties/
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